7. Mandamiento del Nuncio contra un visitador

Para terminar con este tema del Prelado ordinario de Las Huelgas conviene referir, aunque sea brevemente, un curioso suceso ocurrido por los años de 1606 a 1608, con ocasión de la visita de Don Pedro Manso en el Hospital del Rey.

Era Don Pedro hombre de letras y de virtud, pero de fuerte temperamento y celoso de sus prerrogativas. Hubo de enfrentarse con los Freyles, siempre levantiscos, y en el encuentro sucumbió el Prelado.

A pretexto de ciertos abusos que dijo apreciar en las cuentas de la administración del Hospital, y a pretexto también de la rebeldía de los Comendadores, que no se ajustaban a las reformas del Visitador, decidió éste que se nombrara por la Abadesa a Don Alfonso López Gallo, Chantre de la Catedral de Palencia, Administrador del Hospital del Rey, en sustitución de los Freyles, a quienes expulsó con violencia. Para lograrlo buscó el apoyo del Consejo de la Cámara, y al fin lo consiguió, no sin repugnancia de la Señora Abadesa.

No se avinieron los inquietos Freyles con este nombramiento, y llevaron el asunto ante el Nuncio de Su Santidad, que comisionó al Licenciado Don Diego Pizarro de Torraza, Canónigo de Oviedo, en concepto de juez informador, para instruir las diligencias de asunto tan espinoso.

Amplias eran las facultades de Don Diego, pues podía solicitar, para cumplir su cometido, el auxilio de las justicias del reino obligadas a prestarle su apoyo bajo la pena de excomunión latae sententiae ipso facto incurrenda.

Tan pronto como tuvo noticia de su nombramiento, marchó Pizarro a Las Huelgas para dar cuenta de él a la Señora Abadesa y al intruso Administrador.

Hallábanse ambos al tiempo de su llegada —era el 5 de enero de 1608— departiendo cortésmente en el Contador Bajo. Es de advertir que acompañaba a López Gallo su alguacil, Diego de Velasco. Con la venia de la Señora, comenzó a leer Pizarro su comisión, y

«habiendo leído hasta la mitad della, le acometió Diego de Velasco por la espalda y le asió por los cabezones, y le quitó por fuerza las Letras Apostólicas rompiéndolas con mucha violencia y tratándole muy mal de obra y de palabra, diciéndole que fuese preso sin decir por qué, ni dar razón, ni mostrar recados ningunos por que le debiese prendar; para lo cual fué instigado e imbuído por Don Alfonso López Gallo, haciéndole señas para ello con los ojos y manos cuatro o cinco veces, el cual, como criado suyo que es, con la autoridad y favor de su amo, se atrevió e hizo lo arriba referido».

Fue ésta la primera de una larga serie de escenas pintorescas y siempre violentas, que continuaron durante dos años. En ellas tomaron parte los oficiales y ministros del Hospital, el intruso Don Alfonso, su criado, las justicias de Burgos, el mismo Don Pedro Manso y también la Abadesa.

Protestó ésta ante el Consejo de la Cámara, sin resultado alguno, y lo hizo también con éxito ante el Papa Paulo V, que despachó una carta a Felipe III pidiendo al Monarca que librara a los Comendadores de toda molestia para que pudieran gozar libre y pacíficamente de sus cosas y derechos en el Hospital.

Recobrada de los temores que había padecido, no sin razón, se enfrentó la Prelada derechamente con el fiero Don Alfonso, y en uso de su derecho como Administradora del Hospital, nombró juez de residencia al Licenciado Frías, que, cumpliendo con su cargo, pasó con vara alta a pregonar la residencia de sus autoridades, y entre ellas la del Administrador.

Creciéronse los Freyles, por su parte, y denunciaron todos los hechos realizados por el Administrador y por su protector, el Obispo Manso, al Fiscal de la Cámara Apostólica, consiguiendo que el Señor Nuncio intimara al Visitador para que se inhibiera de la Visita, por no corresponderle35.

Nos importa señalar tan sólo la ayuda prestada a la Abadesa por el Nuncio y por el mismo Pontífice, frente a la pasividad del Consejo de la Cámara y contra los excesos del Visitador real. Es dato interesante para comprender en su conjunto el juego de las varias circunstancias que aseguraron durante tanto tiempo la potestad de dicha Señora36.

Notas
35

El voluminoso proceso se conserva en el Archivo del Monasterio (leg. 22, núm. 844).

36

Conviene advertir que no todo lo que dejó mandado Don Pedro Manso en la visita del Monasterio se admitió y observó por la Señora Abadesa, sino tan sólo lo que era conforme a su jurisdicción y no contrario a ella. Así lo afirma MIGUEL DE FUENTES (cfr. op, cit., núm. 34, folio 19) y se deduce de la exposición presentada al Rey por la Comunidad, manifestándole que las definiciones del Señor Manso contenían alteraciones y pidiendo a Su Majestad diese comisión al Arzobispo de Burgos para arreglar otras (A. R. M., leg. 8, núm. 296).