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      Esta Iglesia Católica es romana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra como gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima.

     Desde este centro católico romano -subrayó Paulo VI en el discurso de clausura del Concilio Vaticano II- ninguno es, en teoría, inalcanzable; todos pueden y deben ser alcanzados. Para la Iglesia Católica nadie resulta extraño, nadie está excluido, nadie se considera lejano33. Venero con todas mis fuerzas la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo. Ser romano no entraña ninguna muestra de particularismo, sino de ecumenismo auténtico; supone el deseo de agrandar el corazón, de abrirlo a todos con las ansias redentoras de Cristo, que a todos busca y a todos acoge, porque a todos ha amado primero.

      San Ambrosio escribió unas palabras breves, que componen como un canto de gozo: donde está Pedro, allí está la Iglesia; y donde está la Iglesia no reina la muerte, sino la vida eterna34. Porque donde están Pedro y la Iglesia está Cristo: y El es la salvación, el único camino.

Notas
33SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Constitutiones, Decreta, Declarationes Vaticano 1966, p. 1079.
34SAN AMBROSIO, In XII Ps Enarratio 40, 30.
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