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      El sacerdote ejerce dos actos: uno, principal, sobre el Cuerpo de Cristo verdadero; otro, secundario, sobre el Cuerpo Místico de Cristo. El segundo acto o ministerio depende del primero, pero no al revés19. 

     Por eso lo mejor del ministerio sacerdotal es procurar que todos los católicos se acerquen al Santo Sacrificio siempre con más pureza, humildad y veneración. Si el sacerdote se esfuerza en esta tarea, no quedará defraudado, ni defraudará las conciencias de sus hermanos cristianos.

      En la Santa Misa adoramos, cumpliendo amorosamente el primer deber de la criatura para su Creador: adorarás al Señor, Dios tuyo, y a El sólo servirás20. No adoración fría, exterior, de siervo: sino íntima estimación y acatamiento, que es amor entrañable de hijo.

      En la Santa Misa encontramos la oportunidad perfecta para expiar por nuestros pecados, y por los de todos los hombres: para poder decir, con San Pablo, que estamos cumpliendo en nuestra carne lo que resta que padecer a Cristo21. Nadie marcha solo en el mundo, ninguno ha de considerarse libre de una parte de culpa en el mal que se comete sobre la tierra, consecuencia del pecado original y también de la suma de muchos pecados personales. Amemos el sacrificio, busquemos la expiación. ¿Cómo? Uniéndonos en la Santa Misa a Cristo, Sacerdote y Víctima: siempre será El quien cargue con el peso imponente de las infidelidades de las criaturas, de las tuyas y de las mías.

Notas
19Santo Tomás, S. Th. Supl. q. 36, a. 2, ad 1.
20Dt VI, 13; Mt IV, 10.
21Cfr. Col I, 24.
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