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      No quiero terminar con esta nota oscura, que puede parecer pesimismo. No ha desaparecido, en la Iglesia de Dios, el auténtico sacerdocio cristiano; la doctrina es inmutable, enseñada por los labios divinos de Jesús. Hay muchos miles de sacerdotes en todo el mundo que responden cumplidamente, sin espectáculo, sin caer en la tentación de echar por la borda un tesoro de santidad y de gracia, que ha existido en la Iglesia desde el principio.

      Saboreo la dignidad de la finura humana y sobrenatural de estos hermanos míos, esparcidos por toda la tierra. Ya ahora es de justicia que se vean rodeados por la amistad, la ayuda y el cariño de muchos cristianos. Y cuando llegue el momento de presentarse ante Dios, Jesucristo irá a su encuentro para glorificar eternamente a quienes, en el tiempo, actuaron en su nombre y en su Persona, derramando con generosidad la gracia de la que eran administradores.

      Volvamos de nuevo, con el pensamiento, a los miembros del Opus Dei que serán sacerdotes el próximo verano. No dejéis de pedir por ellos, para que sean siempre sacerdotes fieles, piadosos, doctos, entregados, ¡alegres! Encomendadlos especialmente a Santa María, que extrema su solicitud de Madre con los que se empeñan para toda la vida en servir de cerca a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote Eterno.

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