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      Gens sancta, pueblo santo, compuesto por criaturas con miserias: esta aparente contradicción marca un aspecto del misterio de la Iglesia. La Iglesia, que es divina, es también humana, porque está formada por hombres y los hombres tenemos defectos: omnes homines terra et cinis23, todos somos polvo y ceniza.

      Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan.

      El Divino Redentor dispuso que la comunidad, por El fundada, fuera una sociedad perfecta en su género y dotada de todos los elementos jurídicos y sociales, para perpetuar en este mundo la obra de la Redención… Si en la Iglesia se descubre algo que arguya la debilidad de nuestra condición humana, no debe atribuirse a su constitución jurídica, sino más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal; inclinación que su Divino Fundador permite aun en los más altos miembros del Cuerpo Místico, para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los pastores, y para que en todos aumenten los méritos de la fe cristiana24.

      Esa es la realidad de la Iglesia ahora, aquí. Por eso, resulta compatible la santidad de la Esposa de Cristo con la existencia en su seno de personas con defectos. Cristo no excluyó a los pecadores de la sociedad por El fundada. Si, por tanto, algunos miembros están aquejados de enfermedades espirituales, no por eso debe disminuir nuestro amor a la Iglesia; al contrario, ha de aumentar nuestra compasión hacia sus miembros25.

Notas
23Ecclo XVII, 31.
24PÍO XII, enc. Mystici Corporis 29-VI-1943.
25Ibidem.
23Ecclo XVII, 31.
24PÍO XII, enc. Mystici Corporis 29-VI-1943.
25Ibidem
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