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Cuando se acerca el momento de su Pasión, y Jesús quiere mostrar de un modo gráfico su realeza, entra triunfalmente en Jerusalén, ¡montado en un borrico! Estaba escrito que el Mesías había de ser un rey de humildad: anunciad a la hija de Sión: mira que viene a ti tu Rey lleno de mansedumbre, sentado sobre una asna y su pollino, hijo de la que está acostumbrada al yugo19.

Ahora, en la Última Cena, Cristo ha preparado todo para despedirse de sus discípulos, mientras ellos se han enzarzado en una enésima contienda sobre quién de ese grupo escogido sería reputado el mayor. Jesús se levanta de la mesa y quítase sus vestidos, y habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa después agua en un lebrillo y pónese a lavar los pies de los discípulos y a limpiárselos con la toalla que se había ceñido20.

De nuevo ha predicado con el ejemplo, con las obras. Ante los discípulos, que discutían por motivos de soberbia y de vanagloria, Jesús se inclina y cumple gustosamente el oficio de siervo. Luego, cuando vuelve a la mesa, les comenta: ¿comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis también vosotros lavaros los pies uno al otro21. A mí me conmueve esta delicadeza de nuestro Cristo. Porque no afirma: si yo me ocupo de esto, ¿cuánto más tendríais que realizar vosotros? Se coloca al mismo nivel, no coacciona: fustiga amorosamente la falta de generosidad de aquellos hombres.

Como a los primeros doce, también a nosotros el Señor puede insinuarnos y nos insinúa continuamente: exemplum dedi vobis22, os he dado ejemplo de humildad. Me he convertido en siervo, para que vosotros sepáis, con el corazón manso y humilde, servir a todos los hombres.

Notas
19

Mt XXI, 5; Zach IX, 9.

20

Ioh XIII, 4-5.

21

Ioh XIII, 12-14.

22

Ioh XIII, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
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