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Señorío del cristiano

Corazones generosos, con desprendimiento verdadero, pide el Señor. Lo conseguiremos, si soltamos con entereza las amarras o los hilos sutiles que nos atan a nuestro yo. No os oculto que esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y de la propia voluntad, una renuncia –en pocas palabras– más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados.

Ese desprendimiento que el Maestro predicó, el que espera de todos los cristianos, comporta necesariamente también manifestaciones externas. Jesucristo coepit facere et docere10: antes que con la palabra, anunció su doctrina con las obras. Lo habéis visto nacer en un establo, en la carencia más absoluta, y dormir recostado sobre las pajas de un pesebre sus primeros sueños en la tierra. Luego, durante los años de sus andanzas apostólicas, entre otros muchos ejemplos, recordaréis su clara advertencia a uno de los que se ofrecieron para acompañarle como discípulo: las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza11. Y no dejéis de contemplar aquella escena, que recoge el Evangelio, en la que los Apóstoles, para mitigar el hambre, arrancan por el camino en un sábado unas espigas de trigo12.

Notas
10

Act I, 1.

11

Lc IX, 58.

12

Cfr. Mc II, 23.

Referencias a la Sagrada Escritura
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