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Los respetos humanos

Que no os detenga ninguna razón hipócrita: aplicad la medicina neta. Pero obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropezones infantiles. Cuando es preciso esperar unas horas, se espera; nunca más tiempo del imprescindible, ya que otra actitud entrañaría comodidad, cobardía, cosa bien distinta de la prudencia. Rechazad todos, y principalmente los que os encargáis de formar a otros, el miedo a desinfectar la herida.

Es posible que alguno susurre arteramente al oído de aquellos que deben curar, y no se deciden o no quieren enfrentarse con su misión: Maestro, sabemos que eres veraz...8. No toleréis el irónico elogio: los que no se esfuerzan en llevar a cabo con diligencia su tarea, ni son maestros, porque no enseñan el camino auténtico; ni son verdaderos, pues con su falsa prudencia toman como exageración o desprecian las normas claras, mil veces probadas por la recta conducta, por la edad, por la ciencia del buen gobierno, por el conocimiento de la flaqueza humana y por el amor a cada oveja, que empujan a hablar, a intervenir, a demostrar interés.

A los falsos maestros les domina el miedo de apurar la verdad; les desasosiega la sola idea –la obligación– de recurrir al antídoto doloroso en determinadas circunstancias. En una actitud semejante –convenceos– no hay prudencia, ni piedad, ni cordura; esa postura refleja apocamiento, falta de responsabilidad, insensatez, necedad. Son los mismos que después, presas del pánico por el desastre, pretenden atajar el mal cuando ya es tarde. No se acuerdan de que la virtud de la prudencia exige recoger y transmitir a tiempo el consejo reposado de la madurez, de la experiencia antigua, de la vista limpia, de la lengua sin ataduras.

Notas
8

Mt XXII, 16.

Referencias a la Sagrada Escritura
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