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En cierta ocasión, oí comentar a un desaprensivo que la experiencia de los tropiezos sirve para volver a caer, en el mismo error, cien veces. Yo os digo, en cambio, que una persona prudente aprovecha esos reveses para escarmentar, para aprender a obrar el bien, para renovarse en la decisión de ser más santo. De la experiencia de vuestros fracasos y triunfos en el servicio de Dios, sacad siempre, con el crecimiento del amor, una ilusión más firme de proseguir en el cumplimiento de vuestros deberes y derechos de ciudadanos cristianos, cueste lo que cueste: sin cobardías, sin rehuir ni el honor ni la responsabilidad, sin asustarnos ante las reacciones que se alcen a nuestro alrededor –quizá provenientes de falsos hermanos–, cuando noble y lealmente tratamos de buscar la gloria de Dios y el bien de los demás.

Luego hemos de ser prudentes. ¿Para qué? Para ser justos, para vivir la caridad, para servir eficazmente a Dios y a todas las almas. Con gran razón a la prudencia se le ha llamado genitrix virtutum15, madre de las virtudes, y también auriga virtutum16, conductora de todos los hábitos buenos.

Notas
15

S. Tomás de Aquino, In III Sententiarum, dist. 33, q. 2, a. 5.

16

S. Bernardo, Sermones in Cantica Canticorum, 49, 5 (PL 183, 1018).

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