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Mirad que el que está podrido por la concupiscencia de la carne, espiritualmente no logra andar, es incapaz de una obra buena, es un lisiado que permanece tirado como un trapo. ¿No habéis visto a esos pacientes con parálisis progresiva, que no consiguen valerse, ni ponerse de pie? A veces, ni siquiera mueven la cabeza. Eso ocurre en lo sobrenatural a los que no son humildes y se han entregado cobardemente a la lujuria. No ven, ni oyen, ni entienden nada. Están paralíticos y como locos. Cada uno de nosotros debe invocar al Señor, a la Madre de Dios, y rogar que nos conceda la humildad y la decisión de aprovechar con piedad el divino remedio de la Confesión. No permitáis que en vuestra alma anide un foco de podredumbre, aunque sea muy pequeño. Hablad. Cuando el agua corre, es limpia; cuando se estanca, forma un charco lleno de porquería repugnante, y de agua potable pasa a ser un caldo de bichos.

Que la castidad es posible y que constituye una fuente de alegría, lo sabéis igual que yo; también os consta que exige de cuando en cuando un poquito de lucha. Escuchemos de nuevo a San Pablo: me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero al mismo tiempo echo de ver otra ley en mis miembros, la cual resiste a la ley de mi espíritu y me sojuzga a la ley del pecado, que está en los miembros de mi cuerpo. ¡Oh qué hombre tan infeliz soy! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?17. Grita tú más, si te hace falta, pero no exageremos: sufficit tibi gratia mea18, te basta mi gracia, nos contesta Nuestro Señor.

Notas
17

Rom VII, 22-24.

18

2 Cor XII, 9.

Referencias a la Sagrada Escritura
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