201

Vida ordinaria y contemplación

Volvemos al Santo Evangelio, y nos detenemos en lo que nos refiere San Mateo, en el capítulo veintiuno. Nos relata que Jesús, volviendo a la ciudad, tuvo hambre, y descubriendo una higuera junto al camino se acercó allí25. ¡Qué alegría, Señor, verte con hambre, verte también junto al Pozo de Sicar, sediento!26. Te contemplo perfectus Deus, perfectus homo27: verdadero Dios, pero verdadero Hombre: con carne como la mía. Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo28, para que yo no dudase nunca de que me entiende, de que me ama.

Tuvo hambre. Cuando nos cansemos –en el trabajo, en el estudio, en la tarea apostólica–, cuando encontremos cerrazón en el horizonte, entonces, los ojos a Cristo: a Jesús bueno, a Jesús cansado, a Jesús hambriento y sediento. ¡Cómo te haces entender, Señor! ¡Cómo te haces querer! Te nos muestras como nosotros, en todo menos en el pecado: para que palpemos que contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones, nuestras culpas. Porque no importan ni el cansancio, ni el hambre, ni la sed, ni las lágrimas... Cristo se cansó, pasó hambre, estuvo sediento, lloró. Lo que importa es la lucha –una contienda amable, porque el Señor permanece siempre a nuestro lado– para cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos29.

Notas
25

Mt XXI, 18-19.

26

Cfr. Ioh IV, 7.

27

Símbolo Quicumque.

28

Phil II, 7.

29

Cfr. Ioh IV, 34.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma