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Jesucristo, Señor Nuestro, se encarnó y tomó nuestra naturaleza, para mostrarse a la humanidad como el modelo de todas las virtudes. Aprended de mí, invita, que soy manso y humilde de corazón5.

Más tarde, cuando explica a los Apóstoles la señal por la que les reconocerán como cristianos, no dice: porque sois humildes. Él es la pureza más sublime, el Cordero inmaculado. Nada podía manchar su santidad perfecta, sin mancilla6. Pero tampoco indica: se darán cuenta de que están ante mis discípulos porque sois castos y limpios.

Pasó por este mundo con el más completo desprendimiento de los bienes de la tierra. Siendo Creador y Señor de todo el universo, le faltaba incluso el lugar donde reclinar la cabeza7. Sin embargo, no comenta: sabrán que sois de los míos, porque no os habéis apegado a las riquezas. Permanece cuarenta días con sus noches en el desierto, en ayuno riguroso8, antes de dedicarse a la predicación del Evangelio. Y, del mismo modo, no asegura a los suyos: comprenderán que servís a Dios, porque no sois comilones ni bebedores.

La característica que distinguirá a los apóstoles, a los cristianos auténticos de todos los tiempos, la hemos oído: en esto –precisamente en esto– conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tenéis amor unos a otros9.

Me parece perfectamente lógico que los hijos de Dios se hayan quedado siempre removidos –como tú y yo, en estos momentos– ante esa insistencia del Maestro. «El Señor no establece como prueba de la fidelidad de sus discípulos, los prodigios o los milagros inauditos, aunque les ha conferido el poder de hacerlos, en el Espíritu Santo. ¿Qué les comunica? Conocerán que sois mis discípulos si os amáis recíprocamente»10.

Notas
5

Mt XI, 29.

6

Cfr. Ioh VIII, 46.

7

Cfr. Mt VIII, 20.

8

Cfr. Mt IV, 2.

9

Ioh XIII, 35.

10

S. Basilio, Regulae fusius tractatae, 3, 1 (PG 31, 918).

Referencias a la Sagrada Escritura
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