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Universalidad de la caridad

«Con el nombre de prójimo, dice San León Magno, no hemos de considerar solo a los que se unen a nosotros con los lazos de la amistad o del parentesco, sino a todos los hombres, con los que tenemos una común naturaleza... Un solo Creador nos ha hecho, un solo Creador nos ha dado el alma. Todos gozamos del mismo cielo y del mismo aire, de los mismos días y de las mismas noches y, aunque unos son buenos y otros son malos, unos justos y otros injustos, Dios, sin embargo, es generoso y benigno con todos»19.

Los hijos de Dios nos forjamos en la práctica de ese mandamiento nuevo, aprendemos en la Iglesia a servir y a no ser servidos20, y nos encontramos con fuerzas para amar a la humanidad de un modo nuevo, que todos advertirán como fruto de la gracia de Cristo. Nuestro amor no se confunde con una postura sentimental, tampoco con la simple camaradería, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos a nosotros mismos que somos superiores. Es convivir con el prójimo, venerar –insisto– la imagen de Dios que hay en cada hombre, procurando que también él la contemple, para que sepa dirigirse a Cristo.

Universalidad de la caridad significa, por eso, universalidad del apostolado; traducción en obras y de verdad, por nuestra parte, del gran empeño de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad21.

Si se ha de amar también a los enemigos –me refiero a los que nos colocan entre sus enemigos: yo no me siento enemigo de nadie ni de nada–, habrá que amar con más razón a los que solamente están lejos, a los que nos caen menos simpáticos, a los que, por su lengua, por su cultura o por su educación, parecen lo opuesto a ti o a mí.

Notas
19

S. León Magno, Sermo XII, 2 (PL 54, 170).

20

Cfr. Mt XX, 28.

21

1 Tim II, 4.

Referencias a la Sagrada Escritura
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