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El único camino

Nos hemos convencido de que la caridad nada tiene que ver con esa caricatura que, a veces, se ha pretendido trazar de la virtud central de la vida del cristiano. Entonces, ¿por qué esta exigencia de predicarla continuamente? ¿Surge como tema obligado, pero con pocas posibilidades de que se manifieste en hechos concretos?

Si mirásemos a nuestro alrededor, encontraríamos quizá razones para pensar que la caridad es una virtud ilusoria. Pero, considerando las cosas con sentido sobrenatural, descubrirás también la raíz de esa esterilidad: la ausencia de un trato intenso y continuo, de tú a Tú, con Nuestro Señor Jesucristo; y el desconocimiento de la obra del Espíritu Santo en el alma, cuyo primer fruto es precisamente la caridad.

Recogiendo unos consejos del Apóstol –llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo32– añade un Padre de la Iglesia: «Amando a Cristo soportaremos fácilmente la debilidad de los demás, también de aquél a quien no amamos todavía, porque no tiene obras buenas»33.

Por ahí se encarama el camino que nos hace crecer en la caridad. Si imaginásemos que antes hemos de ejercitarnos en actividades humanitarias, en labores asistenciales, excluyendo el amor del Señor, nos equivocaríamos. «No descuidemos a Cristo a causa de la preocupación por el prójimo enfermo, ya que debemos amar al enfermo a causa de Cristo»34.

Mirad constantemente a Jesús que, sin dejar de ser Dios, se humilló tomando forma de siervo35, para poder servirnos, porque solo en esa misma dirección se abren los afanes que merecen la pena. El amor busca la unión, identificarse con la persona amada: y, al unirnos a Cristo, nos atraerá el ansia de secundar su vida de entrega, de amor inmensurable, de sacrificio hasta la muerte. Cristo nos sitúa ante el dilema definitivo: o consumir la propia existencia de una forma egoísta y solitaria, o dedicarse con todas las fuerzas a una tarea de servicio.

Notas
32

Gal VI, 2.

33

S. Agustín, De diversis quaestionibus LXXXIII, 71, 7 (PL 40, 83).

34

S. Agustín, Ibidem.

35

Cfr. Phil II, 6-7.

Referencias a la Sagrada Escritura
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