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Las almas son de Dios

Los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos codos31. Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya. Para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia –su anuncio y su realidad de salvación– no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina.

Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. Pedro ya ha aprendido, escarmentado en su propia miseria: está hondamente convencido de que sobran aquellos temerarios alardes, consciente de su debilidad. Por eso, pone todo en manos de Cristo. Señor, tú sabes que te amo. Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo32. Y ¿qué responde Cristo? Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas33. No las tuyas, no las vuestras: ¡las mías! Porque Él ha creado al hombre, Él lo ha redimido, Él ha comprado cada alma, una a una, al precio –lo repito– de su Sangre.

Cuando los donatistas, en el siglo V, organizaban sus ataques contra los católicos, defendían la imposibilidad de que el obispo de Hipona, Agustín, profesase la verdad, porque había sido un gran pecador. Y San Agustín sugería, a sus hermanos en la fe, cómo habían de replicar: «Agustín es obispo en la Iglesia Católica; él lleva su carga, de la que ha de dar cuenta a Dios. Lo conocí entre los buenos. Si es malo, él lo sabe; si es bueno, ni siquiera en él he depositado mi esperanza. Porque lo primero que he aprendido en la Iglesia Católica es a no poner mi esperanza en un hombre»34.

No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos –porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio35– el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los frutos, del Señor.

Notas
31

Ioh XXI, 8.

32

Ioh XXI, 15-17.

33

Ioh XXI, 15-17.

34

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 36, 3, 20 (PL 36, 395).

35

Mc XVI, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
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