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Me dirás, quizá: ¿y por qué habría de esforzarme? No te contesto yo, sino San Pablo: el amor de Cristo nos urge10. Todo el espacio de una existencia es poco, para ensanchar las fronteras de tu caridad. Desde los primerísimos comienzos del Opus Dei he manifestado mi gran empeño en repetir sin descanso, para las almas generosas que se decidan a traducirlo en obras, aquel grito de Cristo: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros11. Nos conocerán precisamente en eso, porque la caridad es el punto de arranque de cualquier actividad de un cristiano.

Él, que es la misma pureza, no asegura que conocerán a sus discípulos por la limpieza de su vida. Él, que es la sobriedad, que ni siquiera dispone de una piedra donde reclinar su cabeza12, que pasó tantos días en ayuno y retiro13, no manifiesta a los Apóstoles: os conocerán como escogidos míos porque no sois comilones ni bebedores.

La vida limpia de Cristo era –como ha sido y será en todas las épocas– un bofetón para aquella sociedad de entonces, como ahora con frecuencia tan podrida. Su sobriedad, otro latigazo para los que estaban de banquete continuo, provocando el vómito después de comer para poder seguir comiendo, cumpliendo a la letra las palabras de Saulo: convierten su vientre en un dios14.

Notas
10

2 Cor V, 14.

11

Ioh XIII, 35.

12

Cfr. Mt VIII, 20.

13

Cfr. Mt IV, 2.

14

Cfr. Phil III, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
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