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Mío, mío, mío..., piensan, dicen y hacen muchos. ¡Qué cosa más molesta! Comenta San Jerónimo que «verdaderamente, lo que está escrito: para buscar excusas a los pecados (Ps CXL, 4), se realiza en esta gente que, al pecado de soberbia, añade la pereza y la negligencia»21.

Es la soberbia la que conjuga continuamente ese mío, mío, mío... Un vicio que convierte al hombre en criatura estéril, que anula las ansias de trabajar por Dios, que le lleva a desaprovechar el tiempo. No pierdas tu eficacia, aniquila en cambio tu egoísmo. ¿Tu vida para ti? Tu vida para Dios, para el bien de todos los hombres, por amor al Señor. ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto.

Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate solo en este: en uno, en el que hemos comenzado: ¡a entregarlo, a no enterrarlo! Esta ha de ser nuestra determinación.

Notas
21

S. Jerónimo, Commentariorum in Matthaeum libri, 4, 25 (PL 26, 195).

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