58

«Si la sola presencia de una persona de categoría, digna de consideración, basta para que se porten mejor los que están delante, ¿cómo es que la presencia de Dios, constante, difundida por todos los rincones, conocida por nuestras potencias y amada gratamente, no nos hace siempre mejores en todas nuestras palabras, actividades y sentimientos?»11. Verdaderamente, si esta realidad de que Dios nos ve estuviese bien grabada en nuestras conciencias, y nos diéramos cuenta de que toda nuestra labor, absolutamente toda –nada hay que escape a su mirada–, se desarrolla en su presencia, ¡con qué cuidado terminaríamos las cosas o qué distintas serían nuestras reacciones! Y este es el secreto de la santidad que vengo predicando desde hace tantos años: Dios nos ha llamado a todos para que le imitemos; y a vosotros y a mí para que, viviendo en medio del mundo –¡siendo personas de la calle!–, sepamos colocar a Cristo Señor Nuestro en la cumbre de todas las actividades humanas honestas.

Ahora comprenderéis todavía mejor que si alguno de vosotros no amara el trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una condición indispensable: la de ser un trabajador.

Notas
11

Clemente de Alejandría, Stromata, 7, 7 (PG 9, 450–451).

Este punto en otro idioma