Táctica

Eres, entre los tuyos —alma de apóstol—, la piedra caída en el lago. —Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho.

¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?

¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! —¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece?

No es otra la razón del malestar del mundo. —Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí ¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor!

¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Nunca han ganado a las masas. —En sus antros forman unos cuantos hombres-demonios que se agitan y revuelven a las muchedumbres, alocándolas, para hacerlas ir tras ellos, al precipicio de todos los desórdenes... y al infierno. —Ellos llevan una simiente maldecida.

Si tú quieres..., llevarás la Palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar. Si eres generoso..., si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que «omnes cum Petro ad Jesum per Mariam».

¿Hay locura más grande que echar a voleo el trigo dorado en la tierra para que se pudra? —Sin esa generosa locura no habría cosecha.

Hijo: ¿cómo andamos de generosidad?

¿Brillar como una estrella..., ansia de altura y de lumbre encendida en el cielo?

Mejor: quemar, como una antorcha, escondido, pegando tu fuego a todo lo que tocas. —Este es tu apostolado: para eso estás en la tierra.

Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. —Por eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia.

¡Galopar, galopar!... ¡Hacer, hacer!... Fiebre, locura de moverse... Maravillosos edificios materiales...

Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados... ¡galopar!, ¡hacer! —Y mucha gente corriendo: ir y venir.

Es que trabajan con vistas al momento de ahora: «están» siempre «en presente». —Tú... has de ver las cosas con ojos de eternidad, «teniendo en presente» el final y el pasado...

Quietud. —Paz. —Vida intensa dentro de ti. Sin galopar, sin la locura de cambiar de sitio, desde el lugar que en la vida te corresponde, como una poderosa máquina de electricidad espiritual, ¡a cuántos darás luz y energía!..., sin perder tu vigor y tu luz.

No tengas enemigos. —Ten solamente amigos: amigos... de la derecha —si te hicieron o quisieron hacerte bien— y... de la izquierda —si te han perjudicado o intentaron perjudicarte.

No cuentes hechos de «tu» apostolado como no sea para provecho del prójimo.

Que pase inadvertida vuestra condición como pasó la de Jesús durante treinta años.

José de Arimatea y Nicodemus visitan a Jesús ocultamente a la hora normal y a la hora de triunfo.

Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo —«audacter»— con audacia, a la hora de la cobardía. —Aprende.

No os preocupe si por vuestras obras «os conocen». —Es el buen olor de Cristo. —Además, trabajando siempre exclusivamente por Él, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: «Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

«Non manifeste, sed quasi in occulto» —no con publicidad, sino ocultamente: así va Jesús a la fiesta de los Tabernáculos.

Así irá, camino de Emaús, con Cleofás y su compañero. —Así le ve, resucitado, María de Magdala.

Y así —«non tamen cognoverunt discipuli quia Jesus est» —los discípulos no conocieron que era Él— así acudió a la pesca milagrosa que nos cuenta San Juan.

Y más oculto aún, por Amor a los hombres, está en la Hostia.

¿Levantar magníficos edificios?... ¿Construir palacios suntuosos?... Que los levanten... Que los construyan...

¡Almas! —¡Vivificar almas..., para aquellos edificios... y para estos palacios!

¡Qué hermosas casas nos preparan!

¡Cómo me has hecho reír y cómo me has hecho pensar al decirme esta perogrullada!: yo... siempre meto los clavos por la punta.

De acuerdo: mejor labor haces con esa conversación familiar o con aquella confidencia aislada que perorando —¡espectáculo, espectáculo!— en sitio público ante millares de personas.

Sin embargo, cuando hay que perorar, perora.

El esfuerzo de cada uno de vosotros, aislado, resulta ineficaz. —Si os une la caridad de Cristo, os maravillará la eficacia.

Quieres ser mártir. —Yo te pondré un martirio al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte apóstol, ser misionero —con misión— y no llamarte misionero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!

¡Hombre! Ponle en ridículo. —Dile que está pasado de moda: parece mentira que aún haya gente empeñada en creer que es buen medio de locomoción la diligencia... —Esto, para los que renuevan volterianismos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados del XIX.

¡Qué conversaciones! ¡Qué bajeza y qué... asco! —Y has de convivir con ellos, en la oficina, en la universidad, en el quirófano..., en el mundo.

Si pides por favor que callen, se te burlan. —Si haces mala cara, insisten. —Si te vas, continúan.

La solución es esta: primero, encomendarles a Dios y reparar; después..., dar la cara varonilmente y emplear «el apostolado de la mala lengua». —Cuando te vea ya te diré al oído un repertorio.

Encaucemos las «imprudencias providenciales» de la juventud.

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