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Ese espíritu crítico —te concedo que no es susurración— no debes ejercitarlo con vuestro apostolado, ni con tus hermanos. —Ese espíritu crítico, para vuestra empresa sobrenatural —¿me perdonas que te lo diga?— es un gran estorbo, porque mientras examinas la labor de los otros, sin que tengas por qué examinar nada —con absoluta elevación de miras: te lo concedo—, tú no haces obra positiva alguna y enmoheces, con tu ejemplo de pasividad, la buena marcha de todos.

«Entonces —preguntas, inquieto— ¿ese espíritu crítico, que es como sustancia de mi carácter...?»

Mira —te tranquilizaré—, toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente —¡ah!, y brevemente— los motivos que te torturan, entrega la nota al superior, y no pienses más en ella. —Él, que hace cabeza —tiene gracia de estado—, archivará la nota... o la echará en el cesto de los papeles. —Para ti, como tu espíritu crítico no es susurración y lo ejercitas con elevadas miras, es lo mismo.

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