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¿Te acuerdas? —Hacíamos tú y yo nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca se escuchaba el rumor del agua. —Y, en la quietud de la ciudad castellana, oíamos también voces distintas que hablaban en cien lenguas, gritándonos angustiosamente que aún no conocen a Cristo.

Besaste el Crucifijo, sin recatarte, y le pediste ser apóstol de apóstoles.

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