La gloria de Dios

Es bueno dar gloria a Dios, sin tomarse anticipos (mujer, hijos, honores...) de esa gloria, de que gozaremos plenamente con Él en la Vida...

Además, Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. —Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. —Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos.

«Deo omnis gloria». —Para Dios toda la gloria. —Es una confesión categórica de nuestra nada. Él, Jesús, lo es todo. Nosotros, sin Él, nada valemos: nada.

Nuestra vanagloria sería eso: gloria vana; sería un robo sacrílego; el «yo» no debe aparecer en ninguna parte.

Sin mí nada podéis hacer, ha dicho el Señor. —Y lo ha dicho, para que tú y yo no nos apuntemos éxitos que son suyos. —«Sine me, nihil!...»

¿Cómo te atreves a emplear ese chispazo del entendimiento divino, que es tu razón, en otra cosa que no sea dar gloria a tu Señor?

Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible.

Da «toda» la gloria a Dios. —«Exprime» con tu voluntad, ayudado por la gracia, cada una de tus acciones, para que en ellas no quede nada que huela a humana soberbia, a complacencia de tu «yo».

«Deus meus es tu, et confitebor tibi: Deus meus es tu, et exaltabo te». —Tú eres mi Dios, y te confesaré: Tú eres mi Dios, y te exaltaré. —Hermoso programa..., para un apóstol de tu talla.

Que ningún afecto te ate a la tierra, fuera del deseo divinísimo de dar gloria a Cristo y, por Él y con Él y en Él, al Padre y al Espíritu Santo.

Rectifica, rectifica. —¡Tendría tan poca gracia que ese vencimiento fuera estéril porque te has movido por miras humanas!

Pureza de intención. —Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria.

Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor».

Sin duda que has purificado bien tu intención, cuando has dicho: renuncio desde ahora a toda gratitud y pago humanos.

Referencias a la Sagrada Escritura
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