El apóstol

¿La Cruz sobre tu pecho?... —Bien. Pero... la Cruz sobre tus hombros, la Cruz en tu carne, la Cruz en tu inteligencia. —Así vivirás por Cristo, con Cristo y en Cristo: solamente así serás apóstol.

Alma de apóstol: primero, tú. —Ha dicho el Señor, por San Mateo: «Muchos me dirán en el día del juicio: ¡Señor, Señor!, ¿pues no hemos profetizado en tu nombre y lanzado en tu nombre los demonios y hecho muchos milagros? Entonces yo les protestaré: jamás os he conocido por míos; apartaos de mí, operarios de la maldad».

No suceda —dice San Pablo— que habiendo predicado a los otros, yo vaya a ser reprobado.

El genio militar de San Ignacio nos presenta al demonio que hace un llamamiento de innumerables diablos y los esparce por estados, provincias, ciudades y lugares, tras de haberles hecho «un sermón», en el que les amonesta para echar hierros y cadenas, no dejando a nadie en particular sin atadura...

Me dijiste que querías ser caudillo: y... ¿para qué sirve un caudillo aherrojado?

Mira: los Apóstoles, con todas sus miserias patentes e innegables, eran sinceros, sencillos..., transparentes.

Tú también tienes miserias patentes e innegables. —Ojalá no te falte sencillez.

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones».

Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche.

El celo es una chifladura divina de apóstol, que te deseo, y tiene estos síntomas: hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer.

No te duermas sobre los laureles. —Si, humanamente hablando, esa postura es incómoda y poco gallarda, ¿qué sucederá cuando los laureles —como ahora— no sean tuyos, sino de Dios?

Al apostolado vas a someterte, a anonadarte: no a imponer tu criterio personal.

Nunca seáis hombres o mujeres de acción larga y oración corta.

Procura vivir de tal manera que sepas, voluntariamente, privarte de la comodidad y bienestar que verías mal en los hábitos de otro hombre de Dios.

Mira que eres el grano de trigo del que habla el Evangelio. —Si no te entierras y mueres, no habrá fruto.

Sed hombres y mujeres del mundo, pero no seáis hombres o mujeres mundanos.

No olvides que la unidad es síntoma de vida: desunirse es putrefacción, señal cierta de ser un cadáver.

Obedecer..., camino seguro. —Obedecer ciegamente al superior..., camino de santidad. —Obedecer en tu apostolado..., el único camino: porque, en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse.

Ten presente, hijo mío, que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena.

Esto es mucho..., pero es poco. —Eres el apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo.

Que, tratándote, no se pueda exclamar lo que, con bastante razón, gritaba una determinada persona: «Estoy de honrados hasta aquí...» Y se tocaba en lo alto de la cabeza.

Has de prestar Amor de Dios y celo por las almas a otros, para que estos a su vez enciendan a muchos más que están en un tercer plano, y cada uno de los últimos a sus compañeros de profesión.

¡Cuántas calorías espirituales necesitas! —Y ¡qué responsabilidad tan grande si te enfrías!, y —no lo quiero pensar— ¡qué crimen tan horroroso si dieras mal ejemplo!

Es mala disposición oír la palabra de Dios con espíritu crítico.

Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios —ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas1— habéis de ser espirituales, muy unidos al Señor por la oración: habéis de llevar un manto invisible que cubra todos y cada uno de vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar; expiar, expiar y expiar.

Te pasmaba que aprobara la falta de «uniformidad» en ese apostolado donde tú trabajas. Y te dije:

Unidad y variedad. —Habéis de ser tan varios, como variados son los santos del cielo, que cada uno tiene sus notas personales especialísimas. —Y, también, tan conformes unos con otros como los santos, que no serían santos si cada uno de ellos no se hubiera identificado con Cristo.

Tú, hijo predilecto de Dios, siente y vive la fraternidad, pero sin familiaridades.

Aspirar a tener cargos en las empresas de apostolado es cosa inútil en esta vida, y para la otra Vida es un peligro.

Si Dios lo quiere, ya te llamarán. —Y entonces deberás aceptar. —Pero no olvides que en todos los sitios puedes y debes santificarte, porque a eso has ido.

Si piensas que al trabajar por Cristo los cargos son algo más que cargas, ¡cuántas amarguras te esperan!

Hacer cabeza en una obra de apostolado es tanto como estar dispuesto a sufrirlo todo, de todos, con infinita caridad.

En el trabajo apostólico no se ha de perdonar la desobediencia, ni la doblez. —Ten en cuenta que sencillez no es imprudencia, ni indiscreción.

Tienes obligación de pedir y sacrificarte por la persona e intenciones de «quien hace Cabeza» en tu empresa de apostolado. —Si eres remiso en el cumplimiento de este deber, me haces pensar que te falta entusiasmo por tu camino.

Extrema el respeto al superior cuando te consulte y hayas de contradecir sus opiniones. —Y nunca le contradigas delante de quienes le estén sujetos, aunque no lleve razón.

En tu empresa de apostolado no temas a los enemigos de fuera, por grande que sea su poder. —Este es el enemigo imponente: tu falta de «filiación» y tu falta de «fraternidad».

Entiendo bien que te diviertan los desprecios que te hacen —aunque vengan de enemigos poderosos—, mientras sientas la unión con tu Dios y con tus hermanos de apostolado. —¿A ti, qué?

Con frecuencia comparo la labor de apostolado con una máquina: ruedas dentadas, émbolos, válvulas, tornillos...

Pues, la caridad —tu caridad— es el lubricante.

Deja ese «aire de suficiencia» que aísla de la tuya a las almas que se te acercan. —Escucha. Y habla con sencillez: sólo así crecerá en extensión y fecundidad tu trabajo de apóstol.

El desprecio y la persecución son benditas pruebas de la predilección divina, pero no hay prueba y señal de predilección más hermosa que esta: pasar ocultos.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
1

Cuando este libro fue escrito, en España las mujeres con estudios superiores eran la excepción, aunque el autor ya por entonces impulsaba a las que trataba a que, si se sentían atraídas por la vocación universitaria, la siguieran.

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