La Universidad al servicio del mundo

En la mañana del 25 de octubre de 1960, después de la Misa del Espíritu Santo oficiada en el Altar Mayor por el Arzobispo de Pamplona, tuvo lugar en el antiguo Refectorio de la Catedral el solemne acto académico de proclamación del Estudio General de Navarra como Universidad, en virtud del Decreto Erudiendae de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, del 6 de agosto del mismo año, siendo Sumo Pontífice Su Santidad el Papa Juan XXIII. Pronunciaron discursos el Nuncio de Su Santidad Mons. Hildebrando Antoniutti, el Arzobispo de Pamplona D. Enrique Delgado, el Vicepresidente de la Diputación Foral D. Miguel Gortari y el Ministro de Justicia D. Antonio Iturmendi, que representaba al Jefe del Estado. El Gran Canciller, Mons. Escrivá de Balaguer, pronunció al final el presente discurso de agradecimiento.


Eminentísimos Señores, Excelentísimo Señor, Excelentísimos Señores, Señoras y Señores:

Permitidme unas palabras, pocas, pero muy sentidas, de acción de gracias.

Vayan las primeras dirigidas a la muy amable Persona del Romano Pontífice, a Quien en este primer acto académico de la nueva Universidad, rendimos homenaje de filial adhesión y expresamos nuestro emocionado reconocimiento, por habernos confiado una tarea de la que nuestra Madre la Santa Iglesia espera óptimos y abundantes frutos.

A lo largo de los siglos, la Iglesia columna y fundamento de la verdad (1 Tim. 3,15), ha sembrado la Historia de instituciones universitarias que, con la mirada puesta en el fin supremo de la salud de las almas, se dedicaron con generoso empeño al cultivo y progreso de las ciencias sagradas y profanas. Ahora, con la sabiduría y prudencia que siempre preside sus actos de gobierno, la Iglesia ha juzgado, ponderadas las circunstancias, que éste era el momento oportuno de confiar a la nación española el muy honroso encargo de acoger en su seno una Universidad, con aquellas peculiares características que requieren las necesidades el mundo en la hora presente.

Cuando los pueblos se aproximan entre sí, movidos por razones de espiritualidad y cultura, o simplemente por motivos de economía y de ayuda material o técnica; cuando surgen en extensos continentes naciones nuevas, necesitadas y deseosas de la atención de aquellas otras que les precedieron en la marcha de la Historia, la Iglesia, en su amor maternal por todos los pueblos y en cumplimiento de su divina misión, ha querido fundar también instituciones docentes de carácter universal que, con el mayor ardor y sin distinciones de raza, lengua o religión, participen activamente en esa nobilísima tarea.

Como dijo al inagurar la Facultad de Derecho Canónico del Estudio General, el Excelentísimo Sr. Nuncio Apostólico —a quien deseo testimoniar públicamente mi especial reconocimiento por todo cuanto esta Universidad le debe— la Iglesia no hace acepción de personas y domina todo particularismo étnico; porque Ella rige, ante todo, el reino espiritual y universal de las almas.

Este carácter católico, es decir, universal, es la nota distintiva del Estudio General de Navarra, al que la Iglesia ha encomendado una labor cultural y apostólica, que si bien se asienta y realiza en el solar de la Nación española, sobrepasa —por la finalidad que le incumbe— el marco estricto de sus fronteras. En el horizonte de esa labor se hallan países del continente americano unidos por viejas tradiciones y países jóvenes recientemente constituidos, sin olvidar otros pueblos antiguos que un día conocieron la luz de la fe y a los que la Iglesia también dedica sus solícitos desvelos.

Y ahora, en primer lugar, deseo agradecer cumplidamente a S.E. el Jefe del Estado el realce que ha querido dar a este solemne acto corporativo de la nueva Universidad, institución que encierra para nuestro país la máxima gracia que en el orden de la cultura otorga la Iglesia. La presencia del Excelentísimo Sr. Ministro de Justicia que ostenta la representación del Jefe del Estado, así como la de otros miembros del Gobierno, ponen de manifiesto el elevado interés que —dada la tradicional armonía entre ambas Potestades—ofrece, para la Iglesia y para el Estado, una institución nacida en el ambiente de acendrada religiosidad del pueblo español, que siempre se ha distinguido en las grandes empresas apostólicas de carácter universal.

Gracias, también, de todo corazón, a los Eminentísimos Cardenales y a los Excelentísimos Prelados, que han venido a testimoniar personalmente y de modo tan señalado los sentimientos de caluroso afecto con que la Jerarquía española alienta a la nueva Universidad de la Iglesia, que viene a satisfacer en nuestra Patria los fervientes deseos de los Romanos Pontífices, expresados de forma muy explícita a partir de León XIII, de feliz memoria.

El cumplimiento de esos deseos se ha hecho, en buena parte, posible merced al espléndido florecimiento de la vida universitaria operado en España durante los últimos decenios. A los Rectores de las Universidades del Estado —a quienes saludo, reconocido, por su participación en este acto—quisiera decirles que el Estudio General de Navarra seguirá manteniendo, como hasta ahora, las más amistosas relaciones de intercambio y mutua ayuda; así lo exigen la gran tarea común de promover la enseñanza superior y la estrecha colaboración que debe reinar siempre en el campo de la cultura. Particular gratitud merece de nuestra parte la Universidad de Zaragoza que, a las muestras de cordialidad dispensadas a este Centro docente a lo largo de sus ocho años de existencia, ha querido añadir otra más al otorgarme, en fecha muy reciente, una preciada distinción académica.

En este capítulo de Acción de gracias, bien merece una especial y afectuosa mención el Excelentísimo Sr. Arzobispo de Pamplona, cuyo nombre quedará siempre unido a la historia de esta Universidad, por su constante benevolencia y eficaz cooperación.

A la excelentísima Diputación Foral de Navarra y al Excelentísimo Ayuntamiento de Pamplona, así como también a la Excelentísima Diputación de Guipúzcoa, que hoy ven cumplidas sus nobles aspiraciones en el orden cultural, las más expresivas gracias por el valioso patrocinio que han venido prestando a la labor realizada por el Opus Dei en la creación y desarrollo del Estudio General de Navarra.

Y tampoco puedo olvidar en este momento a don Antonio Pérez Hernández, Consiliario del Opus Dei en España durante los años de crecimiento del Estudio General de Navarra; al primer

Rector de este Centro, don Ismael Sánchez Bella; y al Claustro de Profesores, que tanto cariño y entusiasmo pusieron en el periodo inicial de esta Universidad.

A todas las demás autoridades eclesiásticas y civiles aquí presentes —de un modo particular a los Rectores de las Universidades Pontificias—, y a cuantos ayudaron y ayudan a este Estudio General, nuestro cordial agradecimiento.

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