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Las tentaciones de Cristo

La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo21.

Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender —Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno—, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene.

Jesucristo tentado. La tradición ilustra esta escena considerando que Nuestro Señor, para darnos ejemplo en todo, quiso también sufrir la tentación. Así es, porque Cristo fue perfecto Hombre, igual a nosotros, salvo en el pecado22. Después de cuarenta días de ayuno, con el solo alimento —quizá— de yerbas y de raíces y de un poco de agua, Jesús siente hambre: hambre de verdad, como la de cualquier criatura. Y cuando el diablo le propone que convierta en pan las piedras, Nuestro Señor no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal.

Lo habréis notado a lo largo de los Evangelios: Jesús no hace milagros en beneficio propio. Convierte el agua en vino, para los esposos de Caná23; multiplica los panes y los peces, para dar de comer a una multitud hambrienta24. Pero Él se gana el pan, durante largos años, con su propio trabajo. Y, más tarde, durante el tiempo de su peregrinar por tierras de Israel, vive con la ayuda de aquellos que le siguen25.

Relata San Juan que, después de una larga caminata, al llegar Jesús al pozo de Sicar, hace que sus discípulos vayan al pueblo a comprar comida; y viendo acercarse a la samaritana, le pide agua, porque Él no tenía con qué obtenerla26. Su cuerpo fatigado por el largo caminar experimenta el cansancio, y otras veces, para reponer las fuerzas, acude al sueño27. Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento.

En la segunda tentación, cuando el diablo le propone que se arroje desde lo alto del Templo, rechaza Jesús de nuevo ese querer servirse de su poder divino. Cristo no busca la vanagloria, el aparato, la comedia humana que intenta utilizar a Dios como telón de fondo de la propia excelencia. Jesucristo quiere cumplir la voluntad del Padre sin adelantar los tiempos ni anticipar la hora de los milagros, sino recorriendo paso a paso el duro sendero de los hombres, el amable camino de la Cruz.

Algo muy parecido vemos en la tercera tentación: se le ofrecen reinos, poder, gloria. El demonio pretende extender, a ambiciones humanas, esa actitud que debe reservarse sólo a Dios: promete una vida fácil a quien se postra ante él, ante los ídolos. Nuestro Señor reconduce la adoración a su único y verdadero fin, Dios, y reafirma su voluntad de servir: apártate Satanás; porque está escrito: adorarás al Señor Dios tuyo, y a Él solo servirás28.

Notas
21

Cfr. Mt IV, 1-11.

22

Cfr. Heb IV, 15.

23

Cfr. Ioh II, 1-11.

24

Cfr. Mc VI, 33-46.

25

Cfr. Mt XXVII, 55.

26

Cfr. Ioh IV, 4 ss

27

Cfr. Lc VIII, 23

28

Mt IV, 10.

Referencias a la Sagrada Escritura
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