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No son ejemplos imaginarios. Estoy persuadido de que cualquier persona, o cualquier institución un poco renombrada, podría aumentar la casuística. Se ha creado en algunos sectores la falsa mentalidad de que el público, el pueblo o como quieran llamarlo, tiene derecho a conocer e interpretar los pormenores más íntimos de la existencia de los demás.

Permitidme unas palabras sobre algo que está bien unido a mi alma. Desde hace más de treinta años, he dicho y escrito en mil formas diversas que el Opus Dei no busca ninguna finalidad temporal, política; que persigue sólo y exclusivamente difundir, entre multitudes de todas las razas, de todas las condiciones sociales, de todos los países, el conocimiento y la práctica de la doctrina salvadora de Cristo: contribuir a que haya más amor de Dios en la tierra y, por tanto, más paz, más justicia entre los hombres, hijos de un solo Padre.

Muchos miles de personas —millones—, en todo el mundo, lo han entendido. Otros, más bien pocos, por los motivos que sean, parece que no. Si mi corazón está más cerca de los primeros, honro y amo también a los otros, porque en todos es respetable y estimable su dignidad, y todos están llamados a la gloria de hijos de Dios.

Pero nunca falta una minoría sectaria que, no entendiendo lo que yo y tantos amamos, querría que lo explicásemos de acuerdo con su mentalidad: exclusivamente política, ajena a lo sobrenatural, atenta únicamente al equilibrio de intereses y de presiones de grupos. Si no reciben una explicación así, errónea y amañada a gusto de ellos, siguen pensando que hay mentira, ocultamiento, planes siniestros.

Dejad que os descubra que, ante esos casos, ni me entristezco ni me preocupo. Añadiría que me divierto, si se pudiera pasar por alto que cometen una ofensa al prójimo y un pecado, que clama delante de Dios. Soy aragonés y, hasta en lo humano de mi carácter, amo la sinceridad: siento una repulsión instintiva por todo lo que suponga tapujos. Siempre he procurado contestar con la verdad, sin prepotencia, sin orgullo, aunque los que calumniaban fuesen mal educados, arrogantes, hostiles, sin la más mínima señal de humanidad.

Me ha venido a la cabeza con frecuencia la respuesta del ciego de nacimiento a los fariseos, que preguntaban por enésima vez cómo había sucedido el milagro: os lo he dicho ya, y lo habéis oído. ¿Para qué queréis oírlo de nuevo? ¿Será que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?16.

Notas
16

Ioh IX,27.

Referencias a la Sagrada Escritura
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