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Te ves como un pobrecito, a quien su amo ha quitado la librea —¡sólo pecador!—, y entiendes la desnudez sentida por nuestros primeros padres.
—Deberías estar siempre llorando. Y mucho has llorado; mucho has sufrido. Sin embargo eres muy feliz. No te cambiarías por nadie. Tu «gaudium cum pace» —tu alegría serena, desde hace muchos años, no la pierdes. La agradeces a Dios, y querrías llevar a todos el secreto de la felicidad.
—Sí: se comprende que muchas veces hayan dicho —aunque nada te importe el "qué dirán"— que eres "hombre de paz".
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