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Cuando veas que la gloria de Dios y el bien de la Iglesia exigen que hables, no te calles.

—Piénsalo: ¿quién no sería valiente de cara a Dios, con la eternidad por delante? No hay nada que perder y, en cambio, sí mucho que ganar. Entonces, ¿por qué no te atreves?

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