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Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros.

Se ahorran quizá disgustos en esta vida…, pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados.

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