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No podemos atribuirnos nunca el poder de Jesús, que pasa entre nosotros. El Señor pasa, y transforma las almas, cuando nos ponemos todos junto a El, con un solo corazón, con un solo sentir, con un solo deseo de ser buenos cristianos; pero es El, no tú, ni yo. ¡Es Cristo que pasa!

—Y además, se queda en nuestros corazones —¡en el tuyo y en el mío!—, y en nuestros sagrarios.

—Es Jesús que pasa, y Jesús que se queda. Permanece en ti, en cada uno de vosotros y en mí.

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