893

Le decían a aquel buen amigo, para humillarle, que su alma era de segunda o de tercera clase.

Convencido de su nada, sin enfadarse, razonaba así: como cada hombre no tiene más que un alma —yo la mía, una sola también—, para cada uno su alma será… de primera. ¡No quiero bajar la puntería! Por lo tanto, tengo un alma de "primerísima", y quiero, con la ayuda de Dios, purificarla y blanquearla y encenderla, para que esté muy contento el Amado.

—No lo olvides, tú tampoco —aunque te veas tan lleno de miserias— "puedes bajar la puntería".

Este punto en otro idioma