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El día en que no procures acercar a otros a Dios —tú, que debes ser siempre brasa encendida— te convertirás en un carboncito despreciable, o en un montoncito de ceniza, que un soplo de viento dispersa.

—Tienes que llevar fuego, tienes que ser algo que queme, que arda, que produzca hogueras de amor de Dios, de fidelidad, de apostolado.

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