Voluntad

Para ir adelante, en la vida interior y en el apostolado, no es la devoción sensible lo necesario; sino la disposición decidida y generosa, de la voluntad, a los requerimientos divinos.

Sin el Señor no podrás dar un paso seguro. —Esta certeza de que necesitas su ayuda, te llevará a unirte más a El, con recia confianza, perseverante, ungida de alegría y de paz, aunque el camino se haga áspero y pendiente.

Mira la gran diferencia que media entre el modo de obrar natural y el sobrenatural. El primero comienza bien, para acabar aflojando luego. El segundo comienza igualmente bien…, pero después se esfuerza por proseguir aún mejor.

No es malo comportarse bien por nobles razones humanas. —Pero… ¡qué diferencia cuando “mandan” las sobrenaturales!

Al contemplar esa alegría ante el trabajo duro, preguntó aquel amigo: pero ¿se hacen todas esas tareas por entusiasmo? —Y le respondieron con alegría y con serenidad: “¿por entusiasmo?…, ¡nos habríamos lucido!”; «per Dominum Nostrum Iesum Christum!» —¡por Nuestro Señor Jesucristo!, que nos espera de continuo.

El mundo está necesitando que despertemos a los somnolientos, que animemos a los tímidos, que guiemos a los desorientados; en una palabra, que los encuadremos en las filas de Cristo, para que no se echen a perder tantas energías.

Quizá a ti también te aproveche aquella industria sobrenatural —delicadeza de voluntario amor— que se repetía un alma muy de Dios, ante las distintas exigencias: “ya es hora de que te decidas, de verdad, a hacer algo que merezca la pena”.

¿Qué perfección cristiana pretendes alcanzar, si haces siempre tu capricho, “lo que te gusta”…? Todos tus defectos, no combatidos, darán un lógico fruto constante de malas obras. Y tu voluntad —que no estará templada en una lucha perseverante— no te servirá de nada, cuando llegue una ocasión difícil.

La fachada es de energía y reciedumbre. —Pero ¡cuánta flojera y falta de voluntad por dentro!

—Fomenta la decisión de que tus virtudes no se transformen en disfraz, sino en hábitos que definan tu carácter.

“Conozco a algunas y a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir socorro”, me dices disgustado y apenado. —No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano.

La gente blandengue, la que se queja de mil pequeñeces ridículas, es la que no sabe sacrificarse en esas minucias diarias por Jesús…, y mucho menos por los demás.

¡Qué vergüenza si tu comportamiento —¡tan duro, tan exigente con los otros!— adolece de esa blandenguería en tu quehacer cotidiano!

Sufres mucho, porque ves que no estás a la altura. Quisieras hacer más y con mayor eficacia, pero a menudo actúas totalmente atolondrado, o no te atreves.

«Contra spem, in spem!» —vive de esperanza segura, contra toda esperanza. Apóyate en esta roca firme que te salvará y empujará. Es una virtud teologal, ¡estupenda!, que te animará a adelantar, sin temor a pasarte de la raya, y te impedirá detenerte.

—¡No me mires así!: ¡sí!, cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad.

Cuando tu voluntad flaquee ante el trabajo habitual, recuerda una vez más aquella consideración: “el estudio, el trabajo, es parte esencial de mi camino. El descrédito profesional —consecuencia de la pereza— anularía o haría imposible mi labor de cristiano. Necesito —así lo quiere Dios— el ascendiente del prestigio profesional, para atraer y ayudar a los demás”.

—No lo dudes: si abandonas tu tarea, ¡te apartas —y apartas a otros— de los planes divinos!

Te asustaba el camino de los hijos de Dios porque, en nombre del Señor, te urgían a cumplir, a negarte, a salir de tu torre de marfil. Te excusaste…, y te confieso que no me extraña nada esa carga, que te pesa: un conjunto de complejos y retorcimientos, de melindres y escrúpulos, que te deja inútil.

No te enfades si te digo que te has portado con menos entereza —como si fueras peor o inferior— que la gente depravada, pregonera audaz del mal.

«Surge et ambula!» —levántate y camina, ¡decídete!, ¡todavía puedes liberarte de ese fardo nefasto si, con la gracia de Dios, oyes lo que El pide y, sobre todo, si le secundas plenamente y de buen grado!

Es bueno que te coman el alma esas impaciencias. —Pero no tengas prisas; Dios quiere y cuenta con tu decisión de prepararte seriamente, durante los años o meses necesarios. —No le faltaba razón a aquel emperador: “el tiempo y yo contra otros dos”.

Así resumía la celotipia o la envidia un hombre recto: “muy mala voluntad deben de tener, para enturbiar un agua tan clara”.

¿Que si has de mantenerte silencioso e inactivo?… —Ante la agresión injusta a la ley justa, ¡no!

Cada día te vas “chiflando” más… —Se nota en esa seguridad y en ese aplomo formidable, que te da el saberte trabajando por Cristo.

—Ya lo ha proclamado la Escritura Santa: «vir fidelis, multum laudabitur» —el varón fiel, de todos merece alabanzas.

Nunca te habías sentido más absolutamente libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios.

¿Has visto cómo se represan las aguas en los embalses, para los tiempos de sequía?… Del mismo modo, para lograr esa igualdad de carácter que necesitas en el tiempo de dificultad, has de represar la alegría, las razones claras y las luces que el Señor te manda.

Al extinguirse las llamaradas del primer entusiasmo, el avance a oscuras se torna penoso. —Pero ese progreso, que cuesta, es el más firme. Y luego, cuando menos lo esperes, cesará la oscuridad y volverán el entusiasmo y el fuego. ¡Persevera!

Dios nos quiere a sus hijos como fuerzas de ofensiva. —No podemos quedarnos a la expectativa: lo nuestro es luchar, allá donde nos encontremos, como un ejército en orden de batalla.

No se trata de realizar tus obligaciones apresuradamente, sino de llevarlas a término sin pausa, al paso de Dios.

No te falta el trato agradable de conversador inteligente… Pero también eres muy apático. —“Si no me buscan…”, te excusas.

—Si no cambias —puntualizo— y no vas al encuentro de quienes te esperan, nunca podrás ser un apóstol eficaz.

Tres puntos importantísimos para arrastrar las almas al Señor: que te olvides de ti, y pienses sólo en la gloria de tu Padre Dios; que sometas filialmente tu voluntad a la Voluntad del Cielo, como te enseñó Jesucristo; que secundes dócilmente las luces del Espíritu Santo.

Tres días con sus noches busca María al Hijo que se ha perdido. Ojalá podamos decir tú y yo que nuestra voluntad de encontrar a Jesús tampoco conoce descanso.

Referencias a la Sagrada Escritura
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