Sufrimiento

Me comentabas que hay escenas de la vida de Jesús que te emocionan más: cuando se pone en contacto con hombres en carne viva…, cuando lleva la paz y la salud a los que tienen destrozados su alma y su cuerpo por el dolor… Te entusiasmas —insistías— al verle curar la lepra, devolver la vista, sanar al paralítico de la piscina: al pobre del que nadie se acuerda. ¡Le contemplas entonces tan profundamente humano, tan a tu alcance!

—Pues…, Jesús sigue siendo el de entonces.

Pediste al Señor que te dejara sufrir un poco por El. Pero luego, cuando llega el padecimiento en forma tan humana, tan normal —dificultades y problemas familiares…, o esas mil pequeñeces de la vida ordinaria—, te cuesta trabajo ver a Cristo detrás de eso. —Abre con docilidad tus manos a esos clavos…, y tu dolor se convertirá en gozo.

No te quejes, si sufres. Se pule la piedra que se estima, la que vale.

¿Te duele? —Déjate tallar, con agradecimiento, porque Dios te ha tomado en sus manos como un diamante… No se trabaja así un guijarro vulgar.

Los que huyen cobardemente del sufrimiento, tienen materia de meditación al ver con qué entusiasmo otras almas abrazan el dolor.

No son pocos los hombres y las mujeres que saben padecer cristianamente. Sigamos su ejemplo.

¿Te lamentas?… y me explicas como si tuvieras la razón: ¡un pinchazo!… ¡Otro!…

—¿Pero no te haces cargo de que es tonto sorprenderse de que haya espinas entre las rosas?

Déjame que, como hasta ahora, te siga hablando en confidencia: me basta tener delante de mí un Crucifijo, para no atreverme a hablar de mis sufrimientos… Y no me importa añadir que he sufrido mucho, siempre con alegría.

¿No te comprenden?… El era la Verdad y la Luz, pero tampoco los suyos le comprendieron. —Como tantas veces te he hecho considerar, acuérdate de las palabras del Señor: “no es el discípulo más que el Maestro”.

Para un hijo de Dios, las contradicciones y calumnias son, como para un soldado, heridas recibidas en el campo de batalla.

Te traen y te llevan… La fama, ¿qué importa?

En todo caso, no sientas vergüenza ni pena por ti, sino por ellos: por los que te maltratan.

A veces no quieren entender: están como cegados… Pero, otras, eres tú el que no ha logrado hacerse comprender: ¡corrígete!

No basta tener razón. Además, es necesario saber hacerla valer…, y que los otros quieran reconocerla.

Sin embargo, afirma la verdad siempre que sea necesario, sin detenerte por el “qué dirán”.

Si frecuentas la escuela del Maestro, no te extrañará que también tengas que bregar contra la incomprensión de tantas y de tantas personas, que podrían ayudarte muchísimo, sólo con que hicieran el menor esfuerzo por ser comprensivos.

No le has maltratado físicamente… Pero le has ignorado tantas veces; le has mirado con indiferencia, como a un extraño.

—¿Te parece poco?

Sin pretenderlo, los que persiguen santifican… —Pero, ¡ay de estos “santificadores”!

En la tierra, muchas veces pagan calumniando.

Hay almas que parecen empeñadas en inventarse sufrimientos, torturándose con la imaginación.

Después, cuando llegan penas y contradicciones objetivas, no saben estar como la Santísima Virgen, al pie de la Cruz, con la mirada pendiente de su Hijo.

¡Sacrificio, sacrificio! —Es verdad que seguir a Jesucristo —lo ha dicho El— es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso —aunque cueste— y la cruz es la Santa Cruz.

—El alma que sabe amar y entregarse así, se colma de alegría y de paz. Entonces, ¿por qué insistir en “sacrificio”, como buscando consuelo, si la Cruz de Cristo —que es tu vida— te hace feliz?

¡Cuánta neurastenia e histeria se quitaría, si —con la doctrina católica— se enseñase de verdad a vivir como cristianos: amando a Dios y sabiendo aceptar las contrariedades como bendición venida de su mano!

No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona —un pariente, un amigo, un colega…, ése que no conoces— es tu hermano.

—Acuérdate de lo que relata el Evangelio y que tantas veces has leído con pena: ni siquiera los parientes de Jesús se fiaban de El. —Procura que la escena no se repita.

Imagínate que en la tierra no existe más que Dios y tú.

—Así te será más fácil sufrir las mortificaciones, las humillaciones… Y, finalmente, harás las cosas que Dios quiere y como El las quiere.

A veces —comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas— protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar “esos quejidos” en sonrisas, porque resultan muy eficaces.

Un morbo incurable, que limitaba su acción. Y, sin embargo, me aseguraba gozoso: “la enfermedad se porta bien conmigo y cada vez la amo más; si me dieran a escoger, ¡volvería a nacer así cien veces!”

Jesús llegó a la Cruz, después de prepararse durante treinta y tres años, ¡toda su Vida!

—Sus discípulos, si de veras desean imitarle, deben convertir su existencia en corredención de Amor, con la propia negación, activa y pasiva.

La Cruz está presente en todo, y viene cuando uno menos se la espera. —Pero no olvides que, ordinariamente, van parejos el comienzo de la Cruz y el comienzo de la eficacia.

El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz.

«Cor Mariae perdolentis, miserere nobis!» —invoca al Corazón de Santa María, con ánimo y decisión de unirte a su dolor, en reparación por tus pecados y por los de los hombres de todos los tiempos.

—Y pídele —para cada alma— que ese dolor suyo aumente en nosotros la aversión al pecado, y que sepamos amar, como expiación, las contrariedades físicas o morales de cada jornada.

Referencias a la Sagrada Escritura
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