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Para que aprendas. —A aquel noble varón, docto y recio, le hice notar en una ocasión memorable cómo, por defender una causa santa que los “buenos” impugnaban, se jugaba —iba a perderlo— un alto puesto en su mundo. —Con voz llena de gravedad humana y sobrenatural, que despreciaba los honores de la tierra, me contestó: “me juego el alma”.

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