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Hicimos la oración de la tarde en medio del campo, cercano el anochecer. Debíamos de tener un aspecto un tanto curioso, para un espectador que no estuviera en antecedentes: sentados por el suelo, en un silencio sólo interrumpido por la lectura de unos puntos de meditación.

Esa oración en pleno campo, “apretando fuerte” por todos los que venían con nosotros, por la Iglesia, por las almas, resultó grata al Cielo y fecunda: cualquier lugar es apto para ese encuentro con Dios.

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