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Te consta que la labor es urgente, y que un minuto concedido a la comodidad supone un tiempo sustraído a la gloria de Dios. —¿A qué esperas, pues, para aprovechar a conciencia todos los instantes?

Además, te aconsejo que consideres si esos minutos que te sobran, a lo largo de la jornada —¡bien sumados, resultan horas!—, no obedecen a tu desorden o a tu poltronería.

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