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La labor se te antoja ingrata, especialmente cuando contemplas lo poco que aman a Dios tus compañeros, al paso que huyen de la gracia y del bien que deseas prestarles.

Has de procurar compensar tú todo lo que ellos omiten, dándote también a Dios en el trabajo —como no lo habías hecho hasta ahora—, convirtiéndolo en oración que sube al Cielo por la humanidad.

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