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¿No observas cómo muchos de tus compañeros saben demostrar gran delicadeza y sensibilidad, en su trato con las personas que aman: su novia, su mujer, sus hijos, su familia…?

—Diles —¡y exígete tú mismo!— que el Señor no merece menos: ¡que le traten así! Y aconséjales, además, que sigan con esa delicadeza y esa sensibilidad, pero vividas con El y por El, y alcanzarán una felicidad nunca soñada, también aquí en la tierra.

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