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El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió —para esa siembra de vida eterna— del medio poderoso de la oración: porque tú no puedes negar que, muchas veces, estando frente al Sagrario, cara a cara, El te ha hecho oír —en el fondo de tu alma— que te quería para Sí, que habías de dejarlo todo… Si ahora lo niegas, eres un traidor miserable; y, si lo has olvidado, eres un ingrato.

Se ha valido también —no lo dudes, como no lo has dudado hasta ahora— de los consejos o insinuaciones sobrenaturales de tu Director, que te ha repetido insistentemente palabras que no debes pasar por alto; y se valió al comienzo, además —siempre para depositar la buena semilla en tu alma—, de aquel amigo noble, sincero, que te dijo verdades fuertes, llenas de amor de Dios.

—Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior. —Esta, y no otra, es la razón de que encuentres en tu alma plantas pegajosas, mundanas, que en ocasiones parece que van a ahogar el grano de trigo bueno que recibiste…

—¡Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida… El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado… Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor, si no duermes y vigilas de noche tu campo.

Referencias a la Sagrada Escritura
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