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Han venido nubarrones de falta de ganas, de pérdida de ilusión. Han caído chubascos de tristeza, con la clara sensación de encontrarte atado. Y, como colofón, te acecharon decaimientos, que nacen de una realidad más o menos objetiva: tantos años luchando…, y aún estás tan atrás, tan lejos.

Todo esto es necesario, y Dios cuenta con eso: para alcanzar el «gaudium cum pace» —la paz y la alegría verdaderas—, hemos de añadir, al convencimiento de nuestra filiación divina, que nos llena de optimismo, el reconocimiento de la propia personal debilidad.

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