Lealtad

La lealtad tiene como consecuencias la seguridad de andar por un camino recto, sin inestabilidades ni perturbaciones; y la de afirmarse en esta certidumbre: que existen el buen sentido y la dicha.

—Mira si se cumplen en tu vida de cada instante.

Me confiabas que Dios, a ratos, te llena de luz; en otros, no.

Te recordé, con firmeza, que el Señor es siempre infinitamente bueno. Por eso, para seguir adelante, te bastan esos tiempos luminosos; aunque los otros también te aprovechan, para hacerte más fiel.

Sal de la tierra. —Nuestro Señor dijo que sus discípulos —también tú y yo— son sal de la tierra: para inmunizar, para evitar la corrupción, para sazonar el mundo.

—Pero también añadió «quod si sal evanuerit…» —que si la sal pierde su sabor, será arrojada y pisoteada por las gentes…

—Ahora, frente a muchos sucesos que lamentamos, ¿te vas explicando lo que no te explicabas?

Me hace temblar aquel pasaje de la segunda epístola a Timoteo, cuando el Apóstol se duele de que Demas escapó a Tesalónica tras los encantos de este mundo… Por una bagatela, y por miedo a las persecuciones, traicionó la empresa divina un hombre, a quien San Pablo cita en otras epístolas entre los santos.

Me hace temblar, al conocer mi pequeñez; y me lleva a exigirme fidelidad al Señor hasta en los sucesos que pueden parecer como indiferentes, porque, si no me sirven para unirme más a El, ¡no los quiero!

Para tantos momentos de la historia, que el diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: “llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!”

¡Un gran descubrimiento!: algo que sólo entendías muy a medias, te ha resultado clarísimo cuando has tenido que explicárselo a otros.

Hubiste de charlar muy despacio con uno, desanimado porque se sentía ineficaz y no quería ser una carga para nadie… Entonces comprendiste mejor que nunca por qué te hablo constantemente de ser borriquitos de noria: fieles, con anteojeras muy grandes para no mirar ni saborear personalmente los resultados —las flores, los frutos, la lozanía de la huerta—, bien ciertos de la eficacia de nuestra fidelidad.

La lealtad exige hambre de formación, porque —movido por un amor sincero— no deseas correr el riesgo de difundir o defender, por ignorancia, criterios y posturas que están muy lejos de concordar con la verdad.

“Quisiera —me escribes— que mi lealtad y mi perseverancia fueran tan sólidas y tan eternas, y mi servicio tan vigilante y amoroso, que pudiera usted alegrarse en mí y le fuese yo un pequeño descanso”.

—Y te contesto: Dios te confirme en tu propósito, para que le seamos ayuda y descanso a El.

Es cierto que algunos que se entusiasman, después se van… No te preocupes: son aguja de la que se sirve Dios para meter el hilo.

—¡Ah, y encomiéndalos!, porque tal vez se puede lograr que continúen empujando a otros.

Para ti, que vacilas, copio de una carta: “De aquí en adelante, quizá siga siendo el mismo instrumento inepto de siempre. A pesar de esto, habrá cambiado el planteamiento y la solución del problema de mi vida; porque hay en mí un deseo, firme, de perseverancia… ¡hasta siempre!”.

—Nunca dudes de que El jamás falla.

La vida tuya es servicio, pero siempre con lealtad enteriza, sin condiciones: sólo así rendiremos como el Señor espera.

No compartiré nunca, ni en el terreno ascético ni en el jurídico, la idea de quienes piensan y viven como si servir a la Iglesia equivaliera a encumbrarse.

Te duele ver que algunos tienen la técnica de hablar de la Cruz de Cristo, sólo para remontarse y alcanzar posiciones… Son los mismos que nada de lo que ven, si no coincide con su criterio, lo consideran limpio.

—Razón de más para que perseveres en la rectitud de tus intenciones, y para que pidas al Maestro que te conceda la fuerza de repetir: «non mea voluntas, sed tua fiat!» —¡Señor, que cumpla con amor tu Voluntad Santa!

Cada día has de crecer en lealtad a la Iglesia, al Papa, a la Santa Sede… Con un amor siempre más ¡teológico!

Tienes un afán grande de amar a la Iglesia: tanto mayor, cuanto más se revuelven quienes pretenden afearla. —Me parece muy lógico: porque la Iglesia es tu Madre.

Los que no quieren entender que la fe exige servicio a la Iglesia y a las almas, tarde o temprano invierten los términos, y acaban por servirse de la Iglesia y de las almas, para sus fines personales.

Ojalá no caigas, nunca, en el error de identificar el Cuerpo Místico de Cristo con la determinada actitud, personal o pública, de uno cualquiera de sus miembros.

Y ojalá no des pie a que gente menos formada caiga en ese error.

—¡Mira si es importante tu coherencia, tu lealtad!

No te entiendo cuando, hablando de cuestiones de moral y de fe, me dices que eres un católico independiente…

—¿Independiente de quién? Esa falsa independencia equivale a salirse del camino de Cristo.

No cedas nunca en la doctrina de la Iglesia. —Al hacer una aleación, el mejor metal es el que pierde.

Además, ese tesoro no es tuyo, y —como narra el Evangelio— el Dueño te puede pedir cuentas cuando menos lo esperes.

Convengo contigo en que hay católicos, practicantes y aun piadosos ante los ojos de los demás, y quizá sinceramente convencidos, que sirven ingenuamente a los enemigos de la Iglesia…

—Se les ha colado en su propia casa, con nombres distintos mal aplicados —ecumenismo, pluralismo, democracia—, el peor adversario: la ignorancia.

Aunque parezca una paradoja, no rara vez sucede que, aquellos que se llaman a sí mismos hijos de la Iglesia, son precisamente los que mayor confusión siembran.

Estás cansado de luchar. Te ha asqueado ese ambiente, caracterizado por la falta de lealtad… ¡Todos se lanzan sobre el caído, para pisotearlo!

No sé por qué te extrañas. Ya le sucedió lo mismo a Jesucristo, pero El no se echó atrás, porque había venido para salvar justamente a los enfermos y a los que no le comprendían.

¡Que no actúen los leales!, quieren los desleales.

Huye de los sectarismos, que se oponen a una colaboración leal.

No se puede promover la verdadera unidad a base de abrir nuevas divisiones… Mucho menos, cuando los promotores aspiran a hacerse con el mando, suplantando a la autoridad legítima.

Te quedaste muy pensativo al oírme comentar: quiero tener la sangre de mi Madre la Iglesia; no la de Alejandro, ni la de Carlomagno, ni la de los siete sabios de Grecia.

Perseverar es persistir en el amor, «per Ipsum et cum Ipso et in Ipso…», que realmente podemos interpretar también así: ¡El!, conmigo, por mí y en mí.

Puede suceder que haya, entre los católicos, algunos de poco espíritu cristiano; o que den esa impresión a quienes les tratan en un determinado momento.

Pero, si te escandalizaras de esta realidad, darías muestra de conocer poco la miseria humana y… tu propia miseria. Además, no es justo ni leal tomar ocasión de las debilidades de esos pocos, para difamar a Cristo y a su Iglesia.

Es verdad que los hijos de Dios no hemos de servir al Señor para que nos vean…, pero no nos ha de importar que nos vean, y ¡mucho menos podemos dejar de cumplir porque nos vean!

Han transcurrido veinte siglos, y la escena se repite a diario: siguen procesando, flagelando y crucificando al Maestro… Y muchos católicos, con su comportamiento y con sus palabras, continúan gritando: ¿a ése?, ¡yo no le conozco!

Desearía ir por todos los lugares, recordando confidencialmente a muchos que Dios es Misericordioso, ¡y que también es muy justo! Por eso ha manifestado claramente: “tampoco Yo reconoceré a los que no me han reconocido ante los hombres”.

Siempre he pensado que la falta de lealtad por respetos humanos es desamor…, y carencia de personalidad.

Vuelve tus ojos a la Virgen y contempla cómo vive la virtud de la lealtad. Cuando la necesita Isabel, dice el Evangelio que acude «cum festinatione», —con prisa alegre. ¡Aprende!

Referencias a la Sagrada Escritura
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