Disciplina

Obedecer dócilmente. —Pero con inteligencia, con amor y sentido de responsabilidad, que nada tienen que ver con juzgar a quien gobierna.

En el apostolado, obedece sin fijarte en las condiciones humanas del que manda, ni en cómo manda. Lo contrario no es virtud.

Cruces hay muchas: de brillantes, de perlas, de esmeraldas, de esmaltes, de marfil…; también de madera, como la de Nuestro Señor. Todas merecen igual veneración, porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. —Lleva esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención.

Sólo después de haber obedecido, que es señal de rectitud de intención, haz la corrección fraterna, con las condiciones requeridas, y reforzarás la unidad por medio del cumplimiento de ese deber.

Se obedece con los labios, con el corazón y con la mente. —Se obedece no a un hombre, sino a Dios.

No amas la obediencia, si no amas de veras el mandato, si no amas de veras lo que te han mandado.

Muchos apuros se remedian enseguida. Otros, no inmediatamente. Pero todos se arreglarán, si somos fieles: si obedecemos, si cumplimos lo que está dispuesto.

El Señor quiere de ti un apostolado concreto, como el de la pesca de aquellos ciento cincuenta y tres peces grandes —y no otros—, cogidos a la derecha de la barca.

Y me preguntas: ¿cómo es que sabiéndome pescador de hombres, viviendo en contacto con muchos compañeros, y pudiendo distinguir hacia quiénes ha de ir dirigido mi apostolado específico, no pesco?… ¿Me falta Amor? ¿Me falta vida interior?

Escucha la respuesta de labios de Pedro, en aquella otra pesca milagrosa: —“Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echaré la red”.

En nombre de Jesucristo, empieza de nuevo. —Fortificado: ¡fuera esa flojera!

Obedece sin tantas cavilaciones inútiles… Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico.

No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos… Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor.

La mayor parte de las desobediencias proviene de no saber “escuchar” el mandato, que en el fondo es falta de humildad o de interés en servir.

¿Quieres obedecer cabalmente?… Pues escucha bien, para comprender el alcance y el espíritu de lo que te indican; y, si algo no entiendes, pregunta.

¡A ver cuándo te convences de que has de obedecer!… Y desobedeces si, en lugar de cumplir el plan de vida, pierdes el tiempo. Todos tus minutos han de estar llenos: trabajo, estudio, proselitismo, vida interior.

De modo semejante a como la Iglesia, a través del cuidado de la liturgia, nos hace intuir la belleza de los misterios de la Religión, y nos lleva a amarlos mejor, así debemos vivir —sin teatro— cierta corrección, aparentemente mundana, de respeto profundo —aun externo— hacia el Director, que nos comunica por su boca la Voluntad de Dios.

Al gobernar, después de pensar en el bien común, es necesario contar con que —en el terreno espiritual y en el civil— difícilmente una norma puede no desagradar a algunos.

—¡Nunca llueve a gusto de todos!, reza la sabiduría popular. Pero eso, no lo dudes, no es defecto de la ley, sino rebeldía injustificada de la soberbia o del egoísmo de aquellos pocos.

Orden, autoridad, disciplina… —Escuchan, ¡si escuchan!, y se sonríen cínicamente, alegando —ellas y ellos— que defienden su libertad.

Son los mismos que luego pretenden que respetemos o que nos acomodemos a sus descaminos; no comprenden —¡qué protestas tan chabacanas!— que sus modales no sean —¡no pueden ser!— aceptados por la auténtica libertad de los demás.

Los que gobiernan tareas espirituales, han de interesarse por todo lo humano, para elevarlo al orden sobrenatural y divinizarlo.

Si no se puede divinizar, no te engañes: no es humano, es “animalesco”, impropio de la criatura racional.

Autoridad. —No consiste en que el de arriba “grite” al inferior, y éste al de más abajo.

Con ese criterio —caricatura de la autoridad—, aparte de la evidente falta de caridad y de corrección humana, sólo se consigue que quien hace cabeza se vaya alejando de los gobernados, porque no les sirve: ¡todo lo más, los usa!

No seas tú de ésos que, teniendo desgobernada su propia casa, intentan entrometerse en el gobierno de las casas de los demás.

Pero… ¿de veras piensas que todo lo sabes, porque has sido constituido en autoridad?

—Oyeme bien: el buen gobernante “sabe” que puede, ¡que debe!, aprender de los demás.

Libertad de conciencia: ¡no! —Cuántos males ha traído a los pueblos y a las personas este lamentable error, que permite actuar en contra de los propios dictados íntimos.

Libertad “de las conciencias”, sí: que significa el deber de seguir ese imperativo interior…, ¡ah, pero después de haber recibido una seria formación!

Gobernar no es mortificar.

Para ti, que ocupas ese puesto de gobierno. Medita: los instrumentos más fuertes y eficaces, si se les trata mal, se mellan, se desgastan y se inutilizan.

Las decisiones de gobierno, tomadas a la ligera por una sola persona, nacen siempre, o casi siempre, influidas por una visión unilateral de los problemas.

—Por muy grandes que sean tu preparación y tu talento, debes oír a quienes comparten contigo esa tarea de dirección.

Nunca des oído a la delación anónima: es el procedimiento de los viles.

Un criterio de buen gobierno: el material humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás.

Me parece muy bien que, a diario, procures aumentar esa honda preocupación por tus súbditos: porque sentirse rodeado y protegido por la comprensión afectuosa del superior, puede ser el remedio eficaz que necesiten las personas a las que has de servir con tu gobierno.

¡Qué pena causan algunos, constituidos en autoridad, cuando juzgan y hablan con ligereza, sin estudiar el asunto, con afirmaciones tajantes, sobre personas o temas que desconocen, y… hasta con “prevenciones”, que son fruto de deslealtad!

Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud —inexperta y excitada— quiere tomar las riendas: ¡cuántos males!, ¡y cuántas ofensas a Dios —propias y ajenas— re-caen sobre quien usa tan mal de la autoridad!

Cuando el que manda es negativo y desconfiado, fácilmente cae en la tiranía.

Procura ser rectamente objetivo en tu labor de gobierno. Evita esa inclinación de los que tienden a ver más bien —y a veces, sólo— lo que no marcha, los errores.

—Llénate de alegría, con la certeza de que el Señor a todos ha concedido la capacidad de hacerse santos, precisamente en la lucha contra los propios defectos.

El afán de novedad puede llevar al desgobierno.

—Hacen falta nuevos reglamentos, dices… —¿Tú crees que el cuerpo humano mejoraría con otro sistema nervioso o arterial?

¡Qué empeño el de algunos en masificar!: convierten la unidad en uniformidad amorfa, ahogando la libertad.

Parece que ignoran la impresionante unidad del cuerpo humano, con tan divina diferenciación de miembros, que —cada uno con su propia función— contribuyen a la salud general.

—Dios no ha querido que todos sean iguales, ni que caminemos todos del mismo modo por el único camino.

Hay que enseñar a la gente a trabajar —sin exagerar la preparación: “hacer” es también formarse—, y a aceptar de antemano las imperfecciones inevitables: lo mejor es enemigo de lo bueno.

No fíes nunca sólo en la organización.

El buen pastor no necesita atemorizar a sus ovejas: semejante comportamiento es propio de los malos gobernantes. Por eso, a nadie le extraña que acaben odiados y solos.

Gobernar, muchas veces, consiste en saber “ir tirando” de la gente, con paciencia y cariño.

El buen gobierno no ignora la flexibilidad necesaria, sin caer en la falta de exigencia.

“¡Mientras no me hagan pecar!” —Recio comentario de aquella pobre criatura, casi aniquilada, en su vida personal y en sus afanes de hombre y de cristiano, por enemigos poderosos.

—Medita y aprende: ¡mientras no te hagan pecar!

No todos los ciudadanos forman parte del ejército regular. Pero, a la hora de la guerra, todos participan… Y el Señor ha dicho: “no he venido a traer la paz, sino la guerra”.

“Era un guerrillero —escribe—, y me movía por el monte, disparando cuando me daba la real gana. Pero quise alistarme como soldado, porque comprendí que las guerras las ganan, más fácilmente, los ejércitos organizados y con disciplina. Un pobre guerrillero aislado no puede tomar ciudades enteras, ni ocupar el mundo. Colgué mi escopetón —¡resulta tan anticuado!—, y ahora estoy mejor armado. A la vez, sé que no puedo ya tumbarme en el monte, a la sombra de un árbol, y soñar que yo solito ganaré la guerra”.

—¡Bendita disciplina y bendita unidad de nuestra Madre la Iglesia Santa!

A tantos católicos rebeldes les diría que faltan a su deber los que, en lugar de atenerse a la disciplina y a la obediencia a la autoridad legítima, se convierten en partido; en bandería menuda; en gusanos de discordia; en conjura y chismorreo; en fomentadores de estúpidas pugnas personales; en tejedores de urdimbres de celos y crisis.

No es lo mismo un viento suave que el huracán. Con el primero, cualquiera resiste: es juego de niños, parodia de lucha.

—Pequeñas contradicciones, escasez, apurillos… Los llevabas gustosamente, y vivías la interior alegría de pensar: ¡ahora sí que trabajo por Dios, porque tenemos Cruz!…

Pero, pobre hijo mío: llegó el huracán, y sientes un bamboleo, un golpear que arrancaría árboles centenarios. Eso…, dentro y fuera. ¡Confía! No podrá desarraigar tu Fe y tu Amor, ni sacarte de tu camino…, si tú no te apartas de la “cabeza”, si sientes la unidad.

¡Con qué facilidad incumples el plan de vida, o haces las cosas peor que si las omitieras!… —¿Así quieres enamorarte cada vez más de tu camino, para contagiar después a otros este amor?

No ambiciones más que un solo derecho: el de cumplir tu deber.

¿Que la carga es pesada? —¡No, y mil veces no! Esas obligaciones, que aceptaste libremente, son alas que te levantan sobre el cieno vil de las pasiones.

¿Acaso sienten los pájaros el peso de sus alas? Córtalas, ponlas en el platillo de una balanza: ¡pesan! ¿Puede, sin embargo, volar el ave si se las arrancan? Necesita esas alas así; y no advierte su pesantez porque la elevan sobre el nivel de las otras criaturas.

¡También tus “alas” pesan! Pero, si te faltaran, caerías en las más sucias ciénagas.

“María guardaba todas estas cosas en su corazón…”

Cuando el amor limpio y sincero anda por medio, la disciplina no supone peso, aunque cueste, porque une al Amado.

Referencias a la Sagrada Escritura
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