Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Fe → hombres de fe.

Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad. Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra –ésa que hemos de pretender– una santidad de segunda categoría, que no existe. Y el principal requisito que se nos pide –bien conforme a nuestra naturaleza–, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección10; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente11, sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad.

Después, al mirar la higuera seca, los discípulos se maravillaron y comentaban: ¿cómo se ha secado en un instante?33. Aquellos primeros doce que han presenciado tantos milagros de Cristo, se pasman una vez más; su fe todavía no quemaba. Por eso el Señor asegura: en verdad os digo, que si tenéis fe y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aun cuando digáis a ese monte: arráncate y arrójate al mar, así lo hará34. Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover... en el mundo y, primero, en nuestro corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis35.

El hombre de fe sabe juzgar bien de las cuestiones terrenas, sabe que esto de aquí abajo es, en frase de la Madre Teresa, una mala noche en una mala posada36. Renueva su convencimiento de que nuestra existencia en la tierra es tiempo de trabajo y de pelea, tiempo de purificación para saldar la deuda debida a la justicia divina, por nuestros pecados. Sabe también que los bienes temporales son medios, y los usa generosamente, heroicamente.

Aquí, en la presencia de Dios, que nos preside desde el Sagrario –¡cómo fortalece esta proximidad real de Jesús!–, vamos a meditar hoy acerca de ese suave don de Dios, la esperanza, que colma nuestras almas de alegría, spe gaudentes3, gozosos, porque –si somos fieles– nos aguarda el Amor infinito.

No olvidemos jamás que para todos –para cada uno de nosotros, por tanto– solo hay dos modos de estar en la tierra: se vive vida divina, luchando para agradar a Dios; o se vive vida animal, más o menos humanamente ilustrada, cuando se prescinde de Él. Nunca he concedido demasiado peso a los santones que alardean de no ser creyentes: los quiero muy de veras, como a todos los hombres, mis hermanos; admiro su buena voluntad, que en determinados aspectos puede mostrarse heroica, pero los compadezco, porque tienen la enorme desgracia de que les falta la luz y el calor de Dios, y la inefable alegría de la esperanza teologal.

Un cristiano sincero, coherente con su fe, no actúa más que cara a Dios, con visión sobrenatural; trabaja en este mundo, al que ama apasionadamente, metido en los afanes de la tierra, con la mirada en el Cielo. Nos lo confirma San Pablo: quae sursum sunt quaerite; buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas del Cielo, no las de la tierra. Porque muertos estáis ya –a lo que es mundano, por el Bautismo–, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios4.

Notas
10

Col III, 14.

11

Mt XXII, 37.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
33

Mt XXI, 20.

34

Mt XXI, 21.

35

Mt XXI, 22.

36

Cfr. S. Teresa de Jesús, Camino de perfección, 40, 9 (70, 4).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
3

Rom XII, 12.

4

Col III, 1-3.

Referencias a la Sagrada Escritura