Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Opus Dei  → caridad con todos.

Me dirás, quizá: ¿y por qué habría de esforzarme? No te contesto yo, sino San Pablo: el amor de Cristo nos urge10. Todo el espacio de una existencia es poco, para ensanchar las fronteras de tu caridad. Desde los primerísimos comienzos del Opus Dei he manifestado mi gran empeño en repetir sin descanso, para las almas generosas que se decidan a traducirlo en obras, aquel grito de Cristo: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros11. Nos conocerán precisamente en eso, porque la caridad es el punto de arranque de cualquier actividad de un cristiano.

Él, que es la misma pureza, no asegura que conocerán a sus discípulos por la limpieza de su vida. Él, que es la sobriedad, que ni siquiera dispone de una piedra donde reclinar su cabeza12, que pasó tantos días en ayuno y retiro13, no manifiesta a los Apóstoles: os conocerán como escogidos míos porque no sois comilones ni bebedores.

La vida limpia de Cristo era –como ha sido y será en todas las épocas– un bofetón para aquella sociedad de entonces, como ahora con frecuencia tan podrida. Su sobriedad, otro latigazo para los que estaban de banquete continuo, provocando el vómito después de comer para poder seguir comiendo, cumpliendo a la letra las palabras de Saulo: convierten su vientre en un dios14.

El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?

Resulta muy fácil, muy a la moda, afirmar con la boca que se ama a todas las criaturas, creyentes y no creyentes. Pero si el que habla así maltrata a los hermanos en la fe, dudo de que en su conducta exista algo distinto de una palabrería hipócrita. En cambio, cuando amamos en el Corazón de Cristo a los que «somos hijos de un mismo Padre, estamos asociados en una misma fe y somos herederos de una misma esperanza»13, nuestra alma se engrandece y arde con el afán de que todos se acerquen a Nuestro Señor.

Os estoy recordando las exigencias de la caridad, y quizá alguno habrá opinado que falta precisamente esa virtud en las palabras que acabo de pronunciar. Nada más opuesto a la realidad. Puedo aseguraros que, con un santo orgullo y sin falsos ecumenismos, me llené de gozo cuando en el pasado Concilio Vaticano II tomaba cuerpo con renovada intensidad esa preocupación por llevar la Verdad a los que andan apartados del único Camino, del de Jesús, pues me consume el hambre de que se salve la humanidad entera.

Sí, fue muy grande mi alegría, también porque se veía confirmado nuevamente un apostolado tan preferido por el Opus Dei, el apostolado ad fidem, que no rechaza a ninguna persona, y admite a los no cristianos, a los ateos, a los paganos, para que en lo posible participen de los bienes espirituales de nuestra Asociación: esto tiene una larga historia, de dolor y de lealtad, que he contado en otras ocasiones. Por eso repito, sin miedo, que considero un celo hipócrita, embustero, el que empuja a tratar bien a los que están lejos, de paso que pisotea o desprecia a los que con nosotros viven la misma fe. Tampoco creo que te intereses por el último pobre de la calle, si martirizas a los de tu casa; si permaneces indiferente en sus alegrías, en sus penas y en sus disgustos; si no te esfuerzas en comprender o en pasar por alto sus defectos, siempre que no sean ofensa de Dios.

¿No os conmueve que el Apóstol Juan, ya anciano, emplee la mayor parte de una de sus epístolas en exhortarnos para que nos comportemos según esa doctrina divina? El amor que debe mediar entre los cristianos nace de Dios, que es Amor. Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor14. Se detiene en la caridad fraterna, pues por Cristo hemos sido convertidos en hijos de Dios: ved qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y que lo seamos15.

Y, mientras golpea reciamente nuestras conciencias para que se tornen más sensibles a la gracia divina, insiste en que hemos recibido una prueba maravillosa del amor del Padre por los hombres: en esto se demostró la caridad de Dios hacia nosotros, en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo, para que por Él tengamos vida16. El Señor tomó la iniciativa, viniendo a nuestro encuentro. Nos dio ese ejemplo, para que acudamos con Él a servir a los demás, para que –me gusta repetirlo– pongamos generosamente nuestro corazón en el suelo, de modo que los otros pisen en blando, y les resulte más amable su lucha. Debemos comportarnos así, porque hemos sido hechos hijos del mismo Padre, de ese Padre que no dudó en entregarnos a su Hijo muy amado.

Notas
10

2 Cor V, 14.

11

Ioh XIII, 35.

12

Cfr. Mt VIII, 20.

13

Cfr. Mt IV, 2.

14

Cfr. Phil III, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
13

Minucio Félix, Octavius, 31 (PL 3, 338).

Notas
14

1 Ioh IV, 7-8.

15

1 Ioh III, 1.

16

1 Ioh IV, 9.

Referencias a la Sagrada Escritura