Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Pobreza → ejemplo de Cristo.

Este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera, me parece un tiempo particularmente apropiado para que tú y yo consideremos por qué caminos nos ha salvado Jesús Señor Nuestro; para que contemplemos ese amor suyo –verdaderamente inefable– a unas pobres criaturas, formadas con barro de la tierra.

Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris1, nos amonestaba nuestra Madre la Iglesia, al iniciarse la Cuaresma, con el fin de que jamás olvidásemos que somos muy poca cosa, que un día cualquiera nuestro cuerpo –tan lleno de vida ahora– se deshará, como la ligera nube de polvo que levantan nuestros pies al andar; se disipará como niebla acosada por los rayos del sol2.

Ejemplo de Cristo

Pero yo quisiera, después de recordaros tan crudamente nuestra personal insignificancia, encarecer ante vuestros ojos otra estupenda realidad: la magnificencia divina que nos sostiene y que nos endiosa. Escuchad las palabras del Apóstol: bien sabéis cómo ha sido la liberalidad de Nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, de modo que vosotros fueseis ricos por medio de su pobreza3. Fijaos con calma en el ejemplo del Maestro, y comprenderéis enseguida que disponemos de tema abundante para meditar durante toda la vida, para concretar propósitos sinceros de más generosidad. Porque, y no me perdáis de vista esta meta que hemos de alcanzar, cada uno de nosotros debe identificarse con Jesucristo, que –ya lo habéis oído– se hizo pobre por ti, por mí, y padeció, dándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas4.

Al comportarnos con normalidad –como nuestros iguales– y con sentido sobrenatural, no hacemos más que seguir el ejemplo de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Fijaos en que toda su vida está llena de naturalidad. Pasa seis lustros oculto, sin llamar la atención, como un trabajador más, y le conocen en su aldea como el hijo del carpintero. A lo largo de su vida pública, tampoco se advierte nada que desentone, por raro o por excéntrico. Se rodeaba de amigos, como cualquiera de sus conciudadanos, y en su porte no se diferenciaba de ellos. Tanto, que Judas, para señalarlo, necesita concertar un signo: aquel a quien yo besare, ése es23. No había en Jesús ningún indicio extravagante. A mí, me emociona esta norma de conducta de nuestro Maestro, que pasa como uno más entre los hombres.

Juan el Bautista –siguiendo una llamada especial– vestía con piel de camello y se alimentaba de langostas y miel silvestre. El Salvador usaba una túnica de una sola pieza, comía y bebía igual que los demás, se llenaba de alegría con la felicidad ajena, se conmovía ante el dolor del prójimo, no rechazaba el descanso que le ofrecían sus amistades, y a nadie se le ocultaba que se había ganado el sustento, durante muchos años, trabajando con sus propias manos junto a José, el artesano. Así hemos de desenvolvernos nosotros en medio de este mundo: como nuestro Señor. Te diría, en pocas palabras, que hemos de ir con la ropa limpia, con el cuerpo limpio y, principalmente, con el alma limpia.

Incluso –por qué no notarlo–, el Señor que predica un desprendimiento tan maravilloso de los bienes terrenos, muestra a la vez un cuidado admirable en no desperdiciarlos. Después de aquel milagro de la multiplicación de los panes, que tan generosamente saciaron a más de cinco mil hombres, ordenó a sus discípulos: recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan. Lo hicieron así, y llenaron doce cestos24. Si meditáis atentamente toda esa escena, aprenderéis a no ser roñosos nunca, sino buenos administradores de los talentos y medios materiales que Dios os conceda.

Notas
1

Rito de imposición de la Ceniza (Cfr. Gen III, 19).

2

Sap II, 3.

3

2 Cor VIII, 9.

4

Cfr. 1 Pet II, 21.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
23

Mt XXVI, 48.

24

Ioh VI, 12-13.

Referencias a la Sagrada Escritura