Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Pureza → afirmación gozosa .

Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación... Que sepa cada uno de vosotros usar de su cuerpo santa y honestamente, no abandonándose a las pasiones, como hacen los paganos, que no conocen a Dios12. Pertenecemos totalmente a Dios, con alma y cuerpo, con la carne y con los huesos, con los sentidos y con las potencias. Rogadle con confianza: ¡Jesús, guarda nuestro corazón!, un corazón grande, fuerte y tierno y afectuoso y delicado, rebosante de caridad para Ti, para servir a todas las almas.

Nuestro cuerpo es santo, templo de Dios, precisa San Pablo. Esta exclamación del Apóstol trae a mi memoria la llamada universal a la santidad, que el Maestro dirige a los hombres: estote vos perfecti sicut et Pater vester caelestis perfectus est13. A todos, sin discriminaciones de ningún género, pide el Señor correspondencia a la gracia; a cada uno, de acuerdo con su situación personal, exige la práctica de las virtudes propias de los hijos de Dios.

Por eso, al recordaros ahora que el cristiano ha de guardar una castidad perfecta, me estoy refiriendo a todos: a los solteros, que han de atenerse a una completa continencia; y a los casados, que viven castamente cumpliendo las obligaciones propias de su estado.

Con el espíritu de Dios, la castidad no resulta un peso molesto y humillante. Es una afirmación gozosa: el querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto; procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor. Para ser castos –y no simplemente continentes u honestos–, hemos de someter las pasiones a la razón, pero por un motivo alto, por un impulso de Amor.

Comparo esta virtud a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas –también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes– pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo. Grabadlo en vuestras cabezas, decididos a no ceder si notáis el zarpazo de la tentación, que se insinúa presentando la pureza como una carga insoportable: ¡ánimo!, ¡arriba!, hasta el sol, a la caza del Amor.

Llevar a Dios en nuestros cuerpos

Siempre me ha causado mucha pena la norma de algunos –¡de tantos!– que escogen, como pauta constante de sus enseñanzas, la impureza; con lo que logran –lo he comprobado en bastantes almas– lo contrario de lo que pretenden, porque es materia más pegajosa que la pez, y deforma las conciencias con complejos o con miedos, como si la limpieza de alma fuese un obstáculo poco menos que insuperable. Nosotros, no; nosotros hemos de tratar de la santa pureza con razonamientos positivos y límpidos, con palabras modestas y claras.

Discurrir sobre este tema significa dialogar sobre el Amor. Acabo de señalaros que me ayuda, para esto, acudir a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor, a esa maravilla inefable de Dios que se humilla hasta hacerse hombre, y que no se siente degradado por haber tomado carne como la nuestra, con todas sus limitaciones y flaquezas, menos el pecado; y esto, ¡porque nos ama con locura! Él no se rebaja con su anonadamiento; en cambio, a nosotros, nos eleva, nos deifica en el cuerpo y en el alma. Responder que sí a su Amor, con un cariño claro, ardiente y ordenado, eso es la virtud de la castidad.

Hemos de gritar al mundo entero, con la boca y con el testimonio de nuestra conducta: no emponzoñemos el corazón, como si fuéramos pobres bestias, dominados por los instintos más bajos. Un escritor cristiano así lo explica: «Mirad que no es pequeño el corazón del hombre, pues abraza tantas cosas. Medid esa grandeza no en sus dimensiones físicas, sino en el poder de su pensamiento, capaz de alcanzar el conocimiento de tantas verdades. En el corazón es posible preparar el camino del Señor, trazar una senda derecha, para que pasen por allí el Verbo y la Sabiduría de Dios. Con una conducta honesta, con obras irreprochables, preparad el camino del Señor, aplanad el sendero, para que el Verbo de Dios camine en vosotros sin tropiezo y os dé el conocimiento de sus misterios y de su venida»14.

Nos revela la Escritura Santa que esa obra grandiosa de la santificación, tarea oculta y magnífica del Paráclito, se verifica en el alma y en el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, clama el Apóstol. ¿He de abusar de los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? (...) ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad a Dios y llevadle en vuestro cuerpo15.

En algunos momentos me he fijado cómo relucían los ojos de un deportista, ante los obstáculos que debía superar. ¡Qué victoria! ¡Observad cómo domina esas dificultades! Así nos contempla Dios Nuestro Señor, que ama nuestra lucha: siempre seremos vencedores, porque no nos niega jamás la omnipotencia de su gracia. Y no importa entonces que haya contienda, porque Él no nos abandona.

Es combate, pero no renuncia; respondemos con una afirmación gozosa, con una entrega libre y alegre. Tu comportamiento no ha de limitarse a esquivar la caída, la ocasión. No ha de reducirse de ninguna manera a una negación fría y matemática. ¿Te has convencido de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer y perfeccionarse? No basta, insisto, ser continente, cada uno según su estado: hemos de vivir castamente, con virtud heroica. Esta postura comporta un acto positivo, con el que aceptamos de buena gana el requerimiento divino: praebe, fili mi, cor tuum mihi et oculi tui vias meas custodiant19, entrégame, hijo mío, tu corazón, y extiende tu mirada por mis campos de paz.

Y te pregunto ahora: ¿cómo afrontas esta pelea? Bien conoces que la lucha, si la mantienes desde el principio, ya está vencida. Apártate inmediatamente del peligro, en cuanto percibas los primeros chispazos de la pasión, y aun previamente. Habla además enseguida con quien dirija tu alma; mejor antes, si es posible, porque, si abrís el corazón de par en par, no seréis derrotados. Un acto y otro forman un hábito, una inclinación, una facilidad. Por eso hay que batallar para alcanzar el hábito de la virtud, el hábito de la mortificación para no rechazar al Amor de los Amores.

Meditad el consejo de San Pablo a Timoteo: te ipsum castum custodi20, para que también estemos siempre vigilantes, decididos a custodiar ese tesoro que Dios nos ha entregado. A lo largo de mi vida, a cuántas personas he oído exclamar: ¡ay, si hubiera roto al principio! Y lo decían llenas de aflicción y de vergüenza.

Notas
12

1 Thes IV, 3-5.

13

Mt V, 48.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

Orígenes, In Lucam homiliae, XXI (PG 13, 1856).

15

1 Cor VI, 15, 19-20.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
19

Prv XXIII, 26.

20

1 Tim V, 22.

Referencias a la Sagrada Escritura