Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Tiempo → santidad y apostolado.

Vida interior: es una exigencia de la llamada que el Maestro ha puesto en el alma de todos. Hemos de ser santos –os lo diré con una frase castiza de mi tierra– sin que nos falte un pelo: cristianos de veras, auténticos, canonizables; y si no, habremos fracasado como discípulos del único Maestro. Mirad además que Dios, al fijarse en nosotros, al concedernos su gracia para que luchemos por alcanzar la santidad en medio del mundo, nos impone también la obligación del apostolado. Comprended que, hasta humanamente, como comenta un Padre de la Iglesia, la preocupación por las almas brota como una consecuencia lógica de esa elección: «Cuando descubrís que algo os ha sido de provecho, procuráis atraer a los demás. Tenéis, pues, que desear que otros os acompañen por los caminos del Señor. Si vais al foro o a los baños, y topáis con alguno que se encuentra desocupado, le invitáis a que os acompañe. Aplicad a lo espiritual esta costumbre terrena y, cuando vayáis a Dios, no lo hagáis solos»9.

Si no queremos malgastar el tiempo inútilmente –tampoco con las falsas excusas de las dificultades exteriores del ambiente, que nunca han faltado desde los inicios del cristianismo–, hemos de tener muy presente que Jesucristo ha vinculado, de manera ordinaria, a la vida interior la eficacia de nuestra acción para arrastrar a los que nos rodean. Cristo ha puesto como condición, para el influjo de la actividad apostólica, la santidad; me corrijo, el esfuerzo de nuestra fidelidad, porque santos en la tierra no lo seremos nunca. Parece increíble, pero Dios y los hombres necesitan, de nuestra parte, una fidelidad sin paliativos, sin eufemismos, que llegue hasta sus últimas consecuencias, sin medianías ni componendas, en plenitud de vocación cristiana asumida y practicada con esmero.

La humildad del Señor era otro golpe, para aquel modo de consumir la vida ocupados solo de sí mismos. Estando en Roma, he comentado repetidas veces, y quizá me lo habéis oído decir, que por debajo de esos arcos, hoy en ruinas, desfilaban triunfadores, vanos, engreídos, llenos de soberbia, los emperadores y sus generales vencedores. Y, al atravesar esos monumentos, quizá bajaban la cabeza por temor a golpear el arco grandioso con la majestad de sus frentes. Sin embargo, Cristo, humilde, no precisa tampoco: conocerán que sois mis discípulos en que sois humildes y modestos.

Querría haceros notar que, después de veinte siglos, todavía aparece con toda la fuerza de la novedad el Mandato del Maestro, que es como la carta de presentación del verdadero hijo de Dios. A lo largo de mi vida sacerdotal, he predicado con muchísima frecuencia que, desgraciadamente para tantos, sigue siendo nuevo, porque nunca o casi nunca se han esforzado en practicarlo: es triste, pero es así. Y está muy claro que la afirmación del Mesías resalta de modo terminante: en esto os conocerán, ¡en que os amáis los unos a los otros! Por eso, siento la necesidad de recordar constantemente esas palabras del Señor. San Pablo añade: llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo15. Ratos perdidos, quizá con la falsa excusa de que te sobra tiempo... ¡Si hay tantos hermanos, amigos tuyos, sobrecargados de trabajo! Con delicadeza, con cortesía, con la sonrisa en los labios, ayúdales de tal manera que resulte casi imposible que lo noten; y que ni se puedan mostrar agradecidos, porque la discreta finura de tu caridad ha hecho que pasara inadvertida.

No les había quedado un instante libre, argumentarían aquellas pobres, que van con las lámparas vacías. Les sobra la mayor parte del día a los obreros de la plaza, porque no se sienten obligados a prestar servicio, aunque la búsqueda del Señor es continua, es urgente, desde la primera hora. Aceptémosla, respondiendo que sí: y aguantemos por amor –que no es aguantar– el peso del día y del calor16.

Todo lo puedo

Si no luchas, no me digas que intentas identificarte más con Cristo, conocerle, amarle. Cuando emprendemos el camino real de seguir a Cristo, de portarnos como hijos de Dios, no se nos oculta lo que nos aguarda: la Santa Cruz, que hemos de contemplar como el punto central donde se apoya nuestra esperanza de unirnos al Señor.

Te anticipo que este programa no resulta una empresa cómoda; que vivir a la manera que señala el Señor supone esfuerzo. Os leo la enumeración del Apóstol, cuando refiere sus peripecias y sus sufrimientos por cumplir la voluntad de Jesús: cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; estuve una noche y un día hundido en alta mar. En viajes, muchas veces, peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en poblado, peligros en despoblado, peligros en la mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajos y miserias, en muchas vigilias, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Fuera de estos sucesos exteriores, cargan sobre mí las ocupaciones de cada día por la solicitud de todas las iglesias14.

Me gusta, en estas conversaciones con el Señor, ceñirme a la realidad en la que nos desenvolvemos, sin inventarme teorías, ni soñar con grandes renuncias, con heroicidades, que habitualmente no se dan. Importa que aprovechemos el tiempo, que se nos escapa de las manos y que, con criterio cristiano, es más que oro, porque representa un anticipo de la gloria que se nos concederá después.

Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte15.

Notas
9

S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 6, 6 (PL 76, 1098).

Notas
15

Gal VI, 2.

16

Mt XX, 12.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

2 Cor XI, 24-28.

15

2 Cor XII, 10.

Referencias a la Sagrada Escritura