Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Valentía → audacia.

La sabiduría de corazón

El sabio de corazón será llamado prudente10, se lee en el libro de los Proverbios. No entenderíamos la prudencia si la concibiésemos como pusilanimidad y falta de audacia. La prudencia se manifiesta en el hábito que inclina a actuar bien: a clarificar el fin y a buscar los medios más convenientes para alcanzarlo.

Pero la prudencia no es un valor supremo. Hemos de preguntarnos siempre: prudencia, ¿para qué? Porque existe una falsa prudencia –que más bien debemos llamar astucia– que está al servicio del egoísmo, que aprovecha los recursos más aptos para alcanzar fines torcidos. Usar entonces de mucha perspicacia no lleva más que a agravar la mala disposición, y a merecer aquel reproche que San Agustín formulaba, predicando al pueblo: «¿pretendes inclinar el corazón de Dios, que es siempre recto, para que se acomode a la perversidad del tuyo?»11. Esa es la falsa prudencia del que piensa que le sobran sus propias fuerzas para justificarse. No queráis teneros dentro de vosotros mismos por prudentes12, dice San Pablo, porque está escrito: destruiré la sabiduría de los sabios y la prudencia de los prudentes13.

Esta sabiduría de corazón, esta prudencia no se convertirá nunca en la prudencia de la carne a la que se refiere San Pablo15: la de aquellos que tienen inteligencia, pero procuran no utilizarla para descubrir y amar al Señor. La verdadera prudencia es la que permanece atenta a las insinuaciones de Dios y, en esa vigilante escucha, recibe en el alma promesas y realidades de salvación: Yo te glorifico, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeñuelos16.

Sabiduría de corazón que orienta y rige otras muchas virtudes. Por la prudencia el hombre es audaz, sin insensatez; no excusa, por ocultas razones de comodidad, el esfuerzo necesario para vivir plenamente según los designios de Dios. La templanza del prudente no es insensibilidad ni misantropía; su justicia no es dureza; su paciencia no es servilismo.

Los discípulos –escribe San Juan– no conocieron que fuese Él. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer?27. Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había28. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.

Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor29. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!

Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar30. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?

Notas
10

Prv XVI, 21.

11

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 63, 18 (PL 36, 771).

12

Rom XII, 16.

13

1 Cor I, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
15

Cfr. Rom VIII, 6.

16

Mt XI, 25.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
27

Ioh XXI, 4-5.

28

Ioh XXI, 6.

29

Ioh XXI, 7.

30

Ioh XXI, 7.

Referencias a la Sagrada Escritura