Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es San José.

Quizá alguno piense que soy un ingenuo. No me importa. Aunque me califiquen de ese modo, porque todavía creo en la caridad, os aseguro que ¡creeré siempre! Y, mientras Él me conceda vida, continuaré ocupándome –como sacerdote de Cristo– de que haya unidad y paz entre los que, por ser hijos del mismo Padre Dios, son hermanos; de que la humanidad se comprenda; de que todos compartan el mismo ideal: ¡el de la Fe!

Acudamos a Santa María, la Virgen prudente y fiel, y a San José, su esposo, modelo acabado de hombre justo37. Ellos, que vivieron en la presencia de Jesús, el Hijo de Dios, las virtudes que hemos contemplado, nos alcanzarán la gracia de que arraiguen firmemente en nuestra alma, para que nos decidamos a conducirnos en todo momento como discípulos buenos del Maestro: prudentes, justos, llenos de caridad.

Con la mirada en el Cielo

Crezcamos en esperanza, que de este modo nos afianzaremos en la fe, verdadero fundamento de las cosas que se esperan, y convencimiento de las que no se poseen30. Crezcamos en esta virtud, que es suplicar al Señor que acreciente su caridad en nosotros, porque solo se confía de veras en lo que se ama con todas las fuerzas. Y vale la pena amar al Señor. Vosotros habéis experimentado, como yo, que la persona enamorada se entrega segura, con una sintonía maravillosa, en la que los corazones laten en un mismo querer. ¿Y qué será el Amor de Dios? ¿No conocéis que por cada uno de nosotros ha muerto Cristo? Sí, por este corazón nuestro, pobre, pequeño, se ha consumado el sacrificio redentor de Jesús.

Frecuentemente nos habla el Señor del premio que nos ha ganado con su Muerte y su Resurrección. Yo voy a preparar un lugar para vosotros. Y cuando habré ido, y os haya preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros31. El Cielo es la meta de nuestra senda terrena. Jesucristo nos ha precedido y allí, en compañía de la Virgen y de San José –a quien tanto venero–, de los Ángeles y de los Santos, aguarda nuestra llegada.

No han faltado nunca los herejes –también en la época apostólica– que han intentado arrancar a los cristianos la esperanza. Si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de los muertos? Pues si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, y vana es también vuestra fe...32. La divinidad de nuestro camino –Jesús, camino, verdad y vida33– es prenda segura de que acaba en la felicidad eterna, si de Él no nos apartamos.

Hay mil maneras de orar, os digo de nuevo. Los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial, para dirigirse a su Padre. El amor es inventivo, industrioso; si amamos, sabremos descubrir caminos personales, íntimos, que nos lleven a este diálogo continuo con el Señor.

Quiera Dios que, todo lo que hemos contemplado hoy, no atraviese por encima de nuestra alma como una tormenta de verano: cuatro gotas, luego el sol, y la sequía de nuevo. Esta agua de Dios tiene que remansarse, llegar a las raíces y dar fruto de virtudes. Así irán transcurriendo nuestros años –días de trabajo y de oración–, en la presencia del Padre. Si flaqueamos, acudiremos al amor de Santa María, Maestra de oración; y a San José, Padre y Señor Nuestro, a quien veneramos tanto, que es quien más íntimamente ha tratado en este mundo a la Madre de Dios y –después de Santa María– a su Hijo Divino. Y ellos presentarán nuestra debilidad a Jesús, para que Él la convierta en fortaleza.

Notas
37

Cfr. Mt I, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
30

Hebr XI, 1.

31

Ioh XIV, 2-3.

32

1 Cor XV, 12–14.

33

Cfr. Ioh XIV, 6.

Referencias a la Sagrada Escritura